domingo, 29 de marzo de 2009

Rezar en Comunidad

El Jueves pasado fallecieron en un accidente de autos(mientras iban en su pool escolar)Mateo(nieto de nuestro querido Pancho Bárcena) y Trinidad Vaca Guzmán.
Nuestra Comunidad de Entretiempo, basada en Dios y que continuamente se retroalimenta de los frutos de la Gracia, es un ámbito ideal para PEDIR, AGRADECER ACOMPAÑAR EN EL DOLOR y SOSTENER A SUS MIEMBROS fundamentalmente a través de la ORACION y de GESTOS concretos. Cuaresma es un tiempo especialísimo para crecer en estos pilares fundamentales comunitarios.
Acompañamos a Pancho y su familia y a todos los que estén pasando una etapa dura de sus vidas. Los invitamos a todos para que pidan por sus heridas, dolores y anhelos mas profundos como también compartan sus alegrías para poder hacerlas parte de nuestra limosna, ayuno y oración.

jueves, 26 de marzo de 2009

CONVIVIR EN EL MATRIMONIO

CONVIVIR EN EL MATRIMONIO
El arte de perdonar
Dra. Jutta Burggraf
Conferencia pronunciada el sábado 22 de abril de 2007 en el Instituto de Estudios Superiores de la Familia (IESF) de la Universitat Internacional de Catalunya.

El arte de convivir está estrechamente relacionado con la capacidad de pedir perdón y de perdonar. Todos somos débiles y caemos con frecuencia. Tenemos que ayudarnos mutuamente a levantarnos siempre de nuevo. Lo conseguimos, muchas veces, a través del perdón.
UNA REFLEXIÓN PREVIA
Cuando hablamos del auténtico perdón, nos movemos en un terreno profundo. Consideramos una herida en el corazón, causada por la libre actuación de otro. Todos sufrimos, de vez en cuando, injusticias, humillaciones y rechazos; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en la propia familia. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. "El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares," dicen los árabes.
No sólo existe la ruptura tajante de las relaciones humanas. Hay muchas formas distintas de infidelidad y corrupción. El amor se puede enfriar por el desgaste diario, por desatención y estrés, puede desaparecer oculta y silenciosamente. Hasta matrimonios aparentemente muy unidos pueden sufrir "divorcios interiores": viven exteriormente juntos, sin estar unidos interiormente, en la mente y en el corazón; conviven soportándose.
Frente a las heridas que podamos recibir en el trato con los demás, es posible reaccionar de formas diferentes. Podemos pegar a los que nos han pegado, o hablar mal de los que han hablado mal de nosotros. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores, o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más. Sólo en el perdón brota nueva vida.
El perdón consiste en renunciar a la venganza y querer, a pesar de todo, lo mejor para el otro. La tradición cristiana nos ofrece testimonios impresionantes de esta actitud. No sólo tenemos el ejemplo famoso de San Esteban, el primer mártir, que murió rezando por los que le apedreaban. En nuestros días hay también muchos ejemplos. En 1994 un monje trapense llamado Christian fue matado en Argelia junto a otros monjes que habían permanecido en su monasterio, pese a estar situado en una región peligrosa. Christian dejó una carta a su familia para que la leyeran después de su muerte. En ella daba gracias a todos los que había conocido y señalaba: "En este gracias por supuesto os incluyo a vosotros, amigos de ayer y de hoy... Y también a ti, amigo de última hora, que no habrás sabido lo que hiciste. Sí, también por ti digo ese gracias y ese adiós cara a cara contigo. Que se nos conceda volvernos a ver, ladrones felices, en el paraíso, si le place a Dios nuestro Padre."1
Pensamos, quizá, que estos son casos límites, reservados para algunos héroes; son ideales bellos, más admirables que imitables, que se encuentran muy lejos de nuestras experiencias personales. ¿Puede una madre perdonar jamás al asesino de su hijo? Podemos perdonar, por lo menos, a una persona que nos ha dejado completamente en ridículo ante los demás, que nos ha quitado la libertad o la dignidad, que nos ha engañado, difamado o destruido algo que para nosotros era muy importante? Éstas son algunas de las situaciones existenciales en las que conviene plantearse la cuestión.

I. ¿QUÉ QUIERE DECIR "PERDONAR"?
¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: "Te perdono"? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que rechazo la venganza y los rencores, y me dispongo a ver al agresor como una persona digna de compasión. Vamos a considerar estos diversos elementos con más detenimiento.
1. Reaccionar ante un mal
En primer lugar, ha de tratarse realmente de un mal para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse en la educación. No todo lo que parece mal a un niño es nocivo para él, ni mucho menos. Los buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los forman en la fortaleza. Una maestra me dijo en una ocasión: "No me importa lo que mis alumnos piensan hoy sobre mí. Lo importante es lo que piensen dentro de treinta años." El perdón sólo tiene sentido, cuando alguien ha recibido un daño objetivo de otro.
Por otro lado, perdonar no consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o disimularlo. Algunos pasan de largo las injurias con las que les tratan sus colegas o sus cónyuges, porque intentan eludir todo conflicto; buscan la paz a cualquier precio y pretenden vivir continuamente en un ambiente armonioso. Parece que todo les diera lo mismo. "No importa" si los otros no les dicen la verdad; "no importa" cuando los utilizan como meros objetos para conseguir unos fines egoístas; "no importan" tampoco el fraude o el adulterio. Esta actitud es peligrosa, porque puede llevar a una completa ceguera ante los valores. La indignación e incluso la ira son reacciones normales y hasta necesarias en ciertas situaciones. Quien perdona, no cierra los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo negara, no tendría nada que perdonar.2
Si uno se acostumbra a callarlo todo, tal vez pueda gozar durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará finalmente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da cuenta de su falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela y deje una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla. Entonces estamos permanentemente huyendo de la propia intimidad (es decir, de nosotros mismos); y el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje alrededor del mundo, otros se mudan de ciudad. Pero no pueden huir del sufrimiento. Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables. Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que rechace la amistad, o que tenga pesadillas. Sin que uno lo quiera, tarde o temprano, reaparecen los recuerdos. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para conseguir la paz interior.
2. Actuar con libertad
El acto de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no re-actúa simplemente, según el conocido principio "ojo por ojo, diente por diente."3 El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. No estoy "re-accionando", de modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.
Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma.4 El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.
Los resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. En consecuencia, uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender siempre de nuevo la cólera y la tristeza, pueden llevar a depresiones. Un refrán chino dice: "El que busca venganza debe cavar dos fosas."
En su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteamericana de color describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos, "porque han linchado y mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y eliminado."5 La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que su odio, por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar que los blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir perdón por su propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz.
Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.
Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico.6 Se puede perdonar llorando.
Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. "Las heridas se cambian en perlas," dice Santa Hildegarda de Bingen.
3. Recordar el pasado
Es una ley natural que el tiempo "cura" algunas llagas. No las cierra de verdad, pero las hace olvidar. Algunos hablan de la "caducidad de nuestras emociones".7 Llegará un momento en que una persona no pueda llorar más, ni sentirse ya herida. Esto no es una señal de que haya perdonado a su agresor, sino que tiene ciertas "ganas de vivir". Un determinado estado psíquico –por intenso que sea– de ordinario no puede convertirse en permanente. A este estado sigue un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, perpetuando en nosotros el daño sufrido. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza.
La memoria puede ser un cultivo de frustraciones. La capacidad de desatarse y de olvidar, por tanto, es importante para el ser humano, pero no tiene nada que ver con la actitud de perdonar. Ésta no consiste simplemente en "borrón y cuenta nueva". Exige recuperar la verdad de la ofensa y de la justicia, que muchas veces pretende camuflarse o distorsionarse. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado.
Hace falta "purificar la memoria". Una memoria sana puede convertirse en maestra de vida. Si vivo en paz con mi pasado, puedo aprender mucho de los acontecimientos que he vivido. Recuerdo las injusticias pasadas para que no se repitan, y las recuerdo como perdonadas.
4. Renunciar a la venganza
Como el perdón expresa nuestra libertad, también es posible negar al otro este don. El judío Simon Wiesenthal cuenta en uno de sus libros de sus experiencias en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Un día, una enfermera se acercó a él y le pidió seguirle. Le llevó a una habitación donde se encontraba un joven oficial de la SS que estaba muriéndose. Este oficial contó su vida al preso judío: habló de su familia, de su formación, y cómo llegó a ser un colaborador de Hitler. Le pesaba sobre todo un crímen en el que había participado: en una ocasión, los soldados a su mando habían encerrado a 300 judíos en una casa, y habían quemado la casa; todos murieron. "Sé que es horrible –dijo el oficial-. Durante las largas noches, en las que estoy esperando mi muerte, siento la gran urgencia de hablar con un judío sobre esto y pedirle perdón de todo corazón." Wiesenthal concluye su relato diciendo: "De pronto comprendí, y sin decir ni una sola palabra, salí de la habitación."8 Otro judío añade: "No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno."9
Perdonar significa renunciar a la venganza y al odio. Existen, por otro lado, personas que no se sienten nunca heridas. No es que no quieran ver el mal y repriman el dolor, sino todo lo contrario: perciben las injusticias objetivamente, con suma claridad, pero no dejan que ellas les molesten. "Aunque nos maten, no pueden hacernos ningún daño," es uno de sus lemas.10 Han logrado un férreo dominio de sí mismos, parecen de una ironía insensible. Se sienten superiores a los demás hombres y mantienen interiormente una distancia tan grande hacia ellos que nadie puede tocar su corazón. Como nada les afecta, no reprochan nada a sus opresores. ¿Qué le importa a la luna que un perro le ladre? Es la actitud de los estoicos y quizá también de algunos "gurus" asiáticos que viven solitarios en su "magnanimidad". No se dignan mirar siquiera a quienes "absuelven" sin ningún esfuerzo. No perciben la existencia del "pulgón".
El problema consiste en que, en este caso, no hay ninguna relación interpersonal. No se quiere sufrir y, por tanto, se renuncia al amor. Una persona que ama, siempre se hace pequeña y vulnerable. Se encuentra cerca a los demás. Es más humano amar y sufrir mucho a lo largo de la vida, que adoptar una actitud distante y superior a los otros. Cuando a alguien nunca le duele la actuación de otro, es superfluo el perdón. Falta la ofensa, y falta el ofendido.
5. Mirar al agresor en su dignidad personal
El perdón comienza cuando, gracias a una fuerza nueva, una persona rechaza todo tipo de venganza. No habla de los demás desde sus experiencias dolorosas, evita juzgarlos y desvalorizarlos, y está dispuesta a escucharles con un corazón abierto.
El secreto consiste en no identificar al agresor con su obra.11 Todo ser humano es más grande que su culpa. Un ejemplo elocuente nos da Albert Camus, que se dirige en una carta pública a los nazis y habla de los crímenes cometidos en Francia: "Y a pesar de ustedes, les seguiré llamando hombres… Nos esforzamos en respetar en ustedes lo que ustedes no respetaban en los demás."12 Cada persona está por encima de sus peores errores.
Hace pensar una anécdota que se cuenta de un general del siglo XIX. Cuando éste se encontraba en su lecho de muerte, un sacerdote le preguntó si perdonaba a sus enemigos. "No es posible –respondió el general-. Les he mandado ejecutar a todos."13
El perdón del que hablamos aquí no consiste en saldar un castigo, sino que es, ante todo, una actitud interior. Significa vivir en paz con los recuerdos y no perder el aprecio a ninguna persona. Se puede considerar también a un difunto en su dignidad personal. Nadie está totalmente corrompido; en cada uno brilla una luz.
Al perdonar, decimos a alguien: "No, tú no eres así. ¡Sé quien eres! En realidad eres mucho mejor." Queremos todo el bien posible para el otro, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y nos esforzamos por quererlo desde el fondo del corazón, con gran sinceridad.

II. ¿QUÉ ACTITUDES NOS DISPONEN A PERDONAR?
Después de aclarar, en grandes líneas, en qué consiste el perdón, vamos a considerar algunas actitudes que nos disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y también libera a los demás.
1. Amor
Perdonar es amar intensamente. El verbo latín per-donare lo expresa con mucha claridad: el prefijo per intensifica el verbo que acompaña, donare. Es dar abundantemente, entregarse hasta el extremo. El poeta Werner Bergengruen ha dicho que el amor se prueba en la fidelidad, y se completa en el perdón.
Sin embargo, cuando alguien nos ha ofendido gravemente, el amor apenas es posible. Es necesario, en un primer paso, separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente. Mientras el cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar de todo corazón, y dar al otro el amor que necesita.
Una persona sólo puede vivir y desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere verdaderamente, y le dice: "Es bueno que existas."14 Hace falta no sólo "estar aquí", en la tierra, sino que hace falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación propia y ser capaz de relacionarse con otros en amistad. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra de la creación.15
Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: "Te necesito para ser yo mismo."
Si no perdono al otro, de alguna manera le quito el espacio para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se aleja, en consecuencia, cada vez más de su ideal y de su autorrealización. En otras palabras, le mato, en sentido espiritual. Se puede matar, realmente, a una persona con palabras injustas y duras, con pensamientos malos o, sencillamente, negando el perdón. El otro puede ponerse entonces triste, pasivo y amargo. Kierkegaard habla de la "desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él mismo", y no llega a serlo, porque los otros lo impiden.16
Cuando, en cambio, concedemos el perdón, ayudamos al otro a volver a la propia identidad, a vivir con una nueva libertad y con una felicidad más honda.
2. Comprensión
Es preciso comprender que cada uno necesita más amor que "merece"; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar. Significa creer en la posibilidad de transformación y de evolución de los demás.
Si una persona no perdona, puede ser que tome a los demás demasiado en serio, que exija demasiado de ellos. Pero "tomar a un hombre perfectamente en serio, significa destruirle," advierte el filósofo Robert Spaemann.17 Todos somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos: "no sabemos lo que hacemos".18 Cuando, por ejemplo, una persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo, no piensa ni quiere decir. Si la tomo completamente en serio, cada minuto del día, y me pongo a "analizar" lo que ha dicho cuando estaba rabiosa, puedo causar conflictos sin fin. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona, acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más encantador.
Tenemos que creer en las capacidades del otro y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchas personas que saben animar a los otros a ser mejores. Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas. Actúan según lo que dice la sabiduría popular: "Si quieres que el otro sea bueno, trátale como si ya lo fuese."
3. Generosidad

Perdonar exige un corazón misericordioso y generoso. Significa ir más allá de la justicia. Hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye. ¿Pero si alguien pierde un órgano, un familiar o un buen amigo? Es imposible restituirlo con la justicia. Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la pérdida, es donde tiene espacio el perdón.
El perdón no anula el derecho, pero lo excede infinitamente. A veces, no hay soluciones en el mundo exterior. Pero, al menos, se puede mitigar el daño interior, con cariño, aliento y consuelo. "Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad -afirma San Josemaría Escrivá... La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo."19 Y Santo Tomás resume escuetamente: "La justicia sin la misericordia es crueldad."20
El perdón trata de vencer el mal por la abundancia del bien.21 Es por naturaleza incondicional, ya que es un don gratuito del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el que perdona no exige nada a su agresor, ni siquiera que le duela lo que ha hecho. Antes, mucho antes que el agresor busca la reconciliación, el que ama ya le ha perdonado.
El arrepentimiento del otro no es una condición necesaria para el perdón, aunque sí es conveniente. Es, ciertamente, mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a veces hace falta comprender que en los que obran mal hay bloqueos, que les impiden admitir su culpabilidad.
Hay un modo "impuro" de perdonar,22 cuando se hace con cálculos, especulaciones y metas: "Te perdono para que te des cuenta de la barbaridad que has hecho; te perdono para que mejores." Pueden ser fines educativos loables, pero en este caso no se trata del perdón verdadero que se concede sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico: "Te perdono porque te quiero –a pesar de todo."
Puedo perdonar al otro incluso sin dárselo a entender, en el caso de que no entendería nada. Es un regalo que le hago, aunque no se entera, o aunque no sabe por qué.
4. Humildad

Hace falta prudencia y delicadeza para ver cómo mostrar al otro el perdón. En ocasiones, no es aconsejable hacerlo enseguida, cuando la otra persona está todavía agitada. Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla y enfadarla aún más. En efecto, la oferta de la reconciliación puede tener carácter de una acusación. Puede ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la paz, no es la obstinación del otro, sino mi propia arrogancia.
Por otro lado, es siempre un riesgo ofrecer el perdón, pues este gesto no asegura su recepción y puede molestar al agresor en cualquier momento. "Cuando uno perdona, se abandona al otro, a su poder, se expone a lo que imprevisiblemente puede hacer y se le da libertad de ofender y herir (de nuevo)."23 Aquí se ve que hace falta humildad para buscar la reconciliación.
Cuando se den las circunstancias -quizá después de un largo tiempo- conviene tener una conversación con el otro. En ella se pueden dar a conocer los propios motivos y razones, el propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final, y esforzarse por captar también las palabras que el otro no dice. De vez en cuando es necesario "cambiar la silla", al menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la perspectiva del otro.
El perdón es un acto de fuerza interior, pero no de voluntad de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No quiere dominar o humillarle. Para que sea verdadero y "puro", la víctima debe evitar hasta la menor señal de una "superioridad moral" que, en principio, no existe; al menos no somos nosotros los que podemos ni debemos juzgar acerca de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre de nuevo. Quien demuestra la propia irreprochabilidad, no ofrece realmente el perdón. Enfurecerse por la culpa de otro puede conducir con gran facilidad a la represión de la culpa de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos, no como justos, por lo que el perdón es más para compartir que para conceder.
Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta. Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de nuevo. Es importante que cada uno reconozca la propia flaqueza, los propios fallos -que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado-, y no dude en pedir, a su vez, perdón al otro.
5. Abrirse a la gracia de Dios
No podemos negar que la exigencia del perdón llega en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede perdonar cuando el opresor no se arrepiente en absoluto, sino que incluso insulta a su víctima y cree haber obrado correctamente? Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia capacidad.
Pero un cristiano nunca está solo. Puede contar en cada momento con la ayuda todopoderosa de Dios y experimentar la alegría de ser amado. El mismo Dios le declara su gran amor: "No temas, que yo... te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán... Eres precioso a mis ojos, de gran estima, yo te quiero."24
Un cristiano puede experimentar también la alegría de ser perdonado. La verdadera culpabilidad va a la raíz de nuestro ser: afecta nuestra relación con Dios. Mientras en los Estados totalitarios, las personas que se han "desviado" -según la opinión de las autoridades- son metidas en cárceles o internadas en clínicas psiquiátricas, en el Evangelio de Jesucristo, en cambio, se les invita a una fiesta: la fiesta del perdón. Dios siempre acepta nuestro arrepentimiento y nos invita a cambiar.25 Su gracia obra una profunda transformación en nosotros: nos libera del caos interior y sana las heridas.
Siempre es Dios quien ama primero y es Dios quien perdona primero.26 Es Él quien nos da fuerzas para cumplir con este mandamiento cristiano que es, probablemente, el más difícil de todos: amar a los enemigos,27 perdonar a los que nos han hecho daño.28 Pero, en el fondo, no se trata tanto de una exigencia moral –como Dios te ha perdonado a ti, tú tienes que perdonar a los prójimos- cuanto de un imperativo existencial: si comprendes realmente lo que te ha ocurrido a ti, no puedes por menos que perdonar al otro. Si no lo haces, no sabes lo que Dios te ha dado.
El perdón forma parte de la identidad de los cristianos; su ausencia significaría, por tanto, la pérdida del carácter de cristiano. Por eso, los seguidores de Cristo de todos los siglos han mirado a su Maestro que perdonó a sus propios verdugos.29 Han sabido transformar las tragedias en victorias.
También nosotros podemos, con la gracia de Dios, encontrar el sentido de las ofensas e injusticias en la propia vida. Ninguna experiencia que adquirimos es en vano. Muy por el contrario, siempre podemos aprender algo. También cuando nos sorprende una tempestad o debemos soportar el frío o el calor. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor el mundo, a los demás y a nosotros mismos. Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino también la noche oscura tiene sus milagros. "Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación."30
REFLEXIÓN FINAL

Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador. Es un mandamiento cristiano y además un gran alivio. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.
Sin embargo, no parece adecuado dictar comportamientos a las víctimas. Es comprensible que una madre no pueda perdonar enseguida al asesino de su hijo. Hay que dejarle todo el tiempo que necesite para llegar al perdón. Si alguien le acusara de rencorosa o vengativa, engrandaría su herida. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se rompan la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo.31 En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Necesitamos tranquilizarnos; seguir el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar mucho. Sólo una persona de alma muy pequeña puede escandalizarse de ello.
Perdonar puede ser una labor interior auténtica y dura. Pero con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la ayuda de la gracia divina, es posible realizarla. "Con mi Dios, salto los muros," canta el salmista. Podemos referirlo también a los muros que están en nuestro corazón.
Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad; podremos proyectar juntos un futuro realmente nuevo. Para terminar, nos pueden ayudar unas sabias palabras: "¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona."

martes, 24 de marzo de 2009

Cuaresma 2009
4º Domingo – Catedral de San Isidro – 22 de Marzo

Homilía Monseñor Jorge Casaretto

Siguiendo el orden de la Carta Pastoral de Cuaresma, veíamos el domingo pasado la necesidad de aprender de Jesús. Hoy vamos a hablar de Celebrar a Jesús y el próximo domingo de Anunciar a Jesús.

Celebrar a Jesús. Lo estamos celebrando en la Eucaristía. Toda celebración, incluso en la vida cotidiana, hace referencia a hechos pasados. Celebramos nuestros cumpleaños, nuestro bautismo, el día del casamiento. Siempre la celebración hace referencia al pasado. Normalmente se puede celebrar bien cuando uno está reconciliado con el pasado. Cuando el pasado es un hecho destacado en la vida que por el simple recuerdo o la memoria que se hace genera paz en el corazón, genera sentimientos buenos. Cuando uno no tiene una buena reconciliación con el pasado, difícilmente se puede celebrar. Generalmente un pasado no sanado es motivo de angustia, de inquietud. Por el contrario, un pasado reconciliado es como una base muy firme que hace que el futuro genere esperanza. El futuro nunca se celebra. El futuro es motivo de angustia, de inquietud o motivo de esperanza. Generalmente cuando el hecho pasado esta bien resuelto en el corazón, nuestra vida es una vida esperanzada.

Los cristianos vivimos de una memoria, toda la vida cristiana se asienta sobre la memoria del Hijo de Dios hecho hombre. Hoy, la Palabra de Dios trae recuerdos muy fuertes, hasta qué punto el pasado es una garantía de nuestro presente cristiano. Porque todo el pasado cristiano nos recuerda un Dios que cumplió sus promesas, que obró con misericordia, que perdonó nuestros pecados, que dio su vida por amor a nosotros. El Libro de las Crónicas nos recuerda lo que hizo Dios en el Antiguo Testamento. Cómo, no solamente sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, también los sacó de la esclavitud de Babilonia, lo condujo con su misericordia. Hoy Jesús delante de Nicodemo anuncia que va a ser elevado en la cruz para traernos la luz, la verdad, para abrirnos las puertas de la vida eterna. Y San Pablo nos recuerda con mucha fuerza, es un texto hermoso, cuando nosotros éramos pecadores, todavía cuando éramos pecadores, Dios, el Hijo de Dios, dio su vida por nosotros. Es decir, no esperó que nosotros fuéramos buenos, sino que, justamente porque dio su vida por nosotros, nosotros podemos ser buenos. El motivo de una vida santa es la memoria de lo que Dios hizo por nosotros.

Por eso, la celebración, implica ante toco la gratitud, la mirada al pasado es una mirada de gratitud. Yo les diría que, personalmente, si tuviera que elegir una virtud, un don, un don a pedir mucho en la oración y don a tratar de lograr en la vida, yo no dudaría de pedir la gratitud respecto de todo lo que ha sido nuestra existencia. Y fundamentalmente la gratitud a Dios.

Por eso celebrar es ante todo ponerlo a Dios en la mira nuestra, agradecerle, alabarlo, glorificarlo. Muchas veces es una dimensión de la vida cristiana que se nos escapa. Hacemos tanto hincapié en lo cotidiano, y lo cotidiano está lleno de personas, está lleno de hechos, de situaciones, de circunstancias y muchas veces no lo encontramos a Dios en esas circunstancias. Sin embargo, una buena vida cristiana nos llevaría a encontrar a Dios en todas las situaciones, en todas las cosas, en todas las personas. Una mirada de fe ante todo me pone de manifiesto que el que está a mi lado es un hijo de Dios. Una mirada de fe me pone a mi lado que esta circunstancia por la que paso es una situación que Dios me permite pasar y algo tendrá que decirme Él. Por eso entonces, la gratitud respecto del pasado es como la sustancia de una celebración.

Celebramos la vida, celebramos a Dios, celebramos y agradecemos todo lo que Dios ha hecho por nosotros.

Decíamos recién, si lo sustancial de la celebración es celebrar la gratitud, ese pasado con el cual, o estoy reconciliado o tengo que seguir trabajando para reconciliarme, es como una base firme para enfrentar el futuro con esperanza.

Y por eso toda celebración también tiene que animarme en la esperanza. Ese Dios que obró conmigo, que obró misericordiosamente conmigo, no me va a fallar. Ese Dios que hizo tantas cosas buenas va a seguir estando a mi lado.

Por supuesto que, la objeción fundamental de toda esta visión es “podemos seguir esperando con todas las cosas que pasan?”.

En estos días una mirada de la situación de nuestro País, en mucha gente, lejos de producir una mirada de esperanzada, produce inquietudes, angustias, “qué va a pasar”, “vamos a encontrar un camino los argentinos?”

Es normal que nos hagamos estas preguntas porque los cristianos somos realistas respecto de que Dios no dejará de obrar en nosotros pero no tenemos la garantía mágica de que por ser cristianos todo va a salir bien en la vida.

Por eso, una mirada de esperanza implica, y esto es también parte de la celebración, un compromiso de traducir todo eso que Dios ha hecho con nosotros y en nuestra vida en el contexto en donde nos toca vivir. Si nosotros tomamos la Palabra de Dios hoy, para celebrarla tenemos que decir, “Dios obró con misericordia con su pueblo y en nosotros”. Esto significa, quiso dialogar con nosotros, quiso que nos reconciliemos con Él, quiere que nos reconciliemos con los demás, quiere generar comunión y no división, quiere generar encuentro y no controversia. Y, sin duda alguna, todas estas situaciones complejas aparecen en nuestra vida, en el quehacer argentino. Estamos preocupados por este clima de controversia, por esta fragmentación, a veces como inducida, como generada, como incentivada. Todo esto es motivo de preocupación para nosotros. Y si bien no dependerá de cada uno de nosotros poder cambiar esta situación, sin embargo, los cristianos sabemos que, en el contexto en donde Dios nos ha puesto, podemos algo, siempre, podemos reflejar lo que celebramos. Quizá no podemos, no tenemos el poder para generar un clima de diálogo y de consenso en la vida genérica del País, pero eso lo podemos hacer en nuestra vida familiar, lo podemos hacer en los contextos que nos toca vivir, porque tenemos que sembrar un estilo de vida distinto. Y este estilo de vida que tenemos que generar en nuestro País empieza por casa, empieza por la realidad de cada uno de nosotros.

Por eso entonces la celebración es gratitud, la celebración es fundar nuestra vida en un pasado donde Dios actuó y que es un buen sustento para seguir esperando de Él. La celebración también es compromiso para plasmar en la vida cotidiana todos estos dones que Dios obró en nuestra historia con la certeza de que Él los va a seguir obrando, pero que estará en nosotros sembrarlos en el contexto donde Dios nos ha puesto.

Caminemos entonces con este paso seguro, con este paso pacífico hacia la Pascua, pero también con este paso comprometido por esta realidad que Dios ha puesto delante nuestro para que la transformemos.



Con un fuerte abrazo

viernes, 20 de marzo de 2009

CUARESMA (carta del Cardenal Pironio)




12 de febrero de 1975

¡Qué gracia de Dios tan inmensa poder celebrar otra vez este comienzo de la Cuaresma, vivir en la intimidad con Jesús en el desierto configurándonos cada vez más con el cristo muerto y resucitado, caminar durante cuarenta días hacia la luz de la Pascua!
El señor nos dará la gracia de vivir otra vez este año la Vigilia Pascual; será la gran noche, la noche más luminosa que el día, la noche que une lo divino con lo humano, el cielo con la tierra. Será la gran noche en que nos sentiremos definitivamente nuevos: una nueva creación en Jesucristo por la acción del Espíritu.
Pero todo eso supone un trabajo muy lento, muy hondo, muy transformador, de Cuaresma auténticamente vivida.
Yo quisiera que comprendiéramos sobre todo qué significa entrar en la Cuaresma, vivir en la cuaresma; y qué significa hoy marcar nuestra frente con la ceniza para caminar hacia la pascua. Toda la Cuaresma es tiempo de conversión. Es el Profeta Joel el que en la primera nos grita la conversión.
“Conviértanse a mí de todo corazón, dice el señor, con ayuno, con llanto, con luto; rasguen los corazones, no las vestiduras, conviértanse al Señor Dios”.
Esta conversión tiene que ser dada por dos motivos. Hay dos aspectos en esta conversión.
Un primer aspecto es la conciencia muy honda, muy clara, muy dolorosa, pero al mismo tiempo muy serena, de todos nuestros pecados. Hemos fallado al señor tantas veces, no hemos realizado con fidelidad su plan. El señor nos ha hablado cada mañana y no hemos recibido adentro la palabra, no hemos sido profundos en la oración, no hemos sido serenos en la cruz, no hemos sido alegres en la caridad fraterna, no hemos descubierto a cada rato el rostro de Jesús y no nos hemos entregado por eso a la realización de su plan. ¡Cuantas fallas en nosotros, cómo nos ha tocado y ensuciado el mundo! el mundo con todo lo que tiene de superficialidad, de sensualidad, de división, de egoísmo… Todo eso se nos ha metido demasiado adentro. Hoy es el día y es el tiempo que se inicia de gracia y de salvación: para limpiar, para purificar, para unir lo que estaba dividido, para reencontrar al padre que estaba oscurecido.
¿Qué es la conversión? Volver al Padre.
Tenemos que meditar mucho la parábola del hijo pródigo. La conocemos mucho y la hemos explicado muchísimas veces; pero volvamos a aplicárnosla otra vez a nosotros mismos. No es tanto la parábola del hijo pródigo, cuanto la parábola del Padre de las misericordias. Lo que se destaca más allí y lo que quiso subrayar el señor es la actitud del Padre. Del padre a quien le duele la ausencia y la partida del hijo, pero lo busca. Del Padre que sale a la puerta y contempla en la lejanía cuándo regresa. Del Padre que no lo deja hablar al chico, sino que alarga sus brazos, lo abraza y le dice: “No contemos más con el pasado, basta, lo que importa ahora es que has regresado”. El Padre que manda hacer la fiesta porque todo es nuevo. En el hijo hay esta reflexión: 2en la casa de mi padre se vive tan bien, hay tanta paz, tanto pan, tanta alegría, tanta esperanza, me volveré e iré a la casa de mi padre”.
Pero todo esto supone en nosotros una clara conciencia de nuestro pecado, y al mismo tiempo una conciencia muy clara del Padre de la misericordia.
Yo decía que la conversión estaba hecha de dos elementos, o que tenemos que volver al padre por dos motivos.
En primer lugar, la conciencia de que nosotros nos hemos apartado, o de que hay algo en nosotros que no ha caminado bien, que no camina bien. Hay algo de infidelidad en nuestra respuesta al plan del Padre, hay algo de alejamiento y de encerramiento en nosotros mismos; y eso nos hizo sentir muy solos y muy tristes. La tristeza y la soledad del hijo pródigo, del vacío de su vida y de que no tiene aquello que en la casa del Padre tenían los servidores.
Pero hay otro aspecto que es el que quiero señalar y es éste que marca el Profeta Joel: “Conviértanse al Señor Dios porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y se arrepiente de las amenazas.”
¿Por qué tenemos que volver a Dios? Porque es Padre, porque es padre de misericordias; y el alegrón más grande que podemos darle es volver; porque él es compasivo y misericordioso.
Ésta es la definición que aparece ya en el Éxodo dada a Moisés por el mismo Señor que atraviesa toda la Biblia. El Dios que se muestra es el Dios amor, el Dios compasivo, el Dios misericordioso. No es el Dios de la venganza, no es el Dios del castigo. Sí es el padre de la corrección, que golpea y que crucifica para que los hijos despierten y vuelvan; pero no es el Dios de la destrucción, sino el Dios de la vida. Es el Padre compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Qué bueno es acercarnos al Señor sabiendo de veras que el Padre tiene más gusto en recibirnos que el que experimentamos nosotros en regresar.
Pero esta conversión supone un encuentro muy hondo con el Padre en el silencio de la oración, y un encuentro con el hermano en la alegría de la caridad.
Una conversión auténtica supone ahondar mucho estos dos aspectos. Encontrar al Padre en el silencio de la oración, el Padre está allí y Él que está adentro te escuchará.
¡Que hermoso todo el evangelio de hoy!
Es que el padre está allí, está adentro: es el Padre bondadoso, compasivo, rico en misericordia. Él está allí. La conversión es un encuentro con Él. Eso supone entonces una vida de oración muy honda, muy personal, muy viva, muy transformadora. Y supone, en el Señor, un encuentro con los hermanos. Por eso toda conversión es reconciliación. “Si al tiempo de presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja la ofrenda, vete a reconciliar con tu hermano y después presenta la ofrenda.”
Piensen si no hay muchos hermanos, no solo aquí sino afuera, dejados en la ciudad o en el campo, en la escuela, en la casa, en el pueblo. ¡Cuántos hermanos que tienen algo contra nosotros! Porque hemos pasado al lado de ellos y no nos hemos preocupado de su tristeza, de su soledad, de su desaliento.
La conversión supone un encuentro, una reconciliación con nuestros hermanos. Entonces hoy, al mismo tiempo que deseamos una oración más profunda porque es el encuentro sabroso con el Padre, comprometemos nuestro encuentro con el hermano, en un servicio muy amplio, muy generoso, muy leal, muy alegre.
Muy alegre. La cuaresma tiene que ser tiempo de alegría.
Pero ¿Cuáles son los elementos esenciales de la Cuaresma? Es un tiempo de conversión. ¿Cuáles son los elementos esenciales de la Cuaresma de conversión?
El evangelio nos pinta tres elementos que son la conversión, el ayuno y la penitencia, que en sentido total, en sentido muy profundo, es la oración y es la caridad. Son tres elementos.
Primero la penitencia. La penitencia en sentido muy hondo de transformación, de cambio. Algo tiene que transformarse; lo que el evangelio llama la metanoia: cambio de mentalidad, cambio de corazón, cambio de actitudes. Penitencia en el sentido muy hondo de la palabra. Pero penitencia también en el sentido de privación, de austeridad. Nos hemos olvidado un poco de este aspecto de austeridad de nuestro cristianismo. El Señor nos está exigiendo que vivamos más en austeridad, en la pobreza, en el renunciamiento, en la muerte; sobre todo en la alegría de aceptar todo aquello que adorablemente Él nos va dando. Un primer elemento para vivir con autenticidad la Cuaresma es el espíritu de mortificación. Espíritu de mortificación que lo podemos concretar en tantas pequeñas cosas: lecturas, fiestas, salidas. En fin: un poco más de austeridad.
Segundo aspecto, la oración. Realmente la Cuaresma es un tiempo de oración. “Busquen al Señor ahora que puede ser encontrado, llamen ahora que está cerca”, dice la sagrada Escritura.
El Señor está y se nos muestra, se nos comunica y se nos entrega. Es el tiempo de la oración.
Yo les insisto mucho en que sean almas muy hondas, muy profundas, muy contemplativas. Pero la oración sobre todo en este tiempo de Cuaresma, tiene que ser una oración con lágrimas; es decir una oración muy serena, pero al mismo tiempo de mucho arrepentimiento. Una oración que sirve para rumiar la Palabra del Señor, para meditar mucho la escritura… Meditar cada día las lecturas tan ricas, tan sabrosas de la cuaresma.
Oren, oren, oren personalmente; oren en grupos, oren comunitariamente, multipliquen los grupos de oración.
El tercer elemento es la caridad. Es el elemento cumbre de la cuaresma. No se trata simplemente de dar una limosna: se trata de vivir uno en función de entrega, de donación, de servicio a los demás. La limosna es nada más que una expresión de nuestra entrega mucho más profunda. Pero todo esto lo tenemos que hacer en silencio, en lo secreto, con alegría: que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Sin tocar las trompetas; pero vivir en una actitud muy serena, muy gozosa de caridad.
Tres elementos. Penitencia que es cambio y es mortificación.
Oración que es buscar al Señor y rumiar su palabra, meditarla con lágrimas, es decir, con arrepentimiento.
Y finalmente la caridad que es donación, que es servicio, que no es simplemente dar cosas. Podemos dar mucho dinero, podemos dar muchas cosas que nos sobren. Hasta que no nos hayamos dado nosotros mismos en la ininterrumpida y gozosa donación de cada día, no habremos amado bien.
Pero la Cuaresma finalmente tiene que ser tiempo de serenidad y de gozo. No es tiempo de angustia. Entramos en un tiempo penitencial, en un tiempo muy serio y muy hondo; es un tiempo muy sereno. Sereno porque el Señor está. Sereno porque el Señor nos busca; sereno porque el Señor está más cerca de nosotros que nunca y nos hace experimentar que es misericordioso y compasivo, lento para la cólera y rico en gracia y en fidelidad.
Y es un tiempo alegre. La Cuaresma tiene que ser un tiempo alegre, no un tiempo triste. ¿Por qué? Tiempo alegre por tres motivos: en primer lugar porque vamos hacia la Pascua: ya llega la Pascua y la Pascua es Explosión de alegría. La Cuaresma es preparación para la pascua; tiene que anticipar la alegría, una alegría muy de adentro, muy honda, una alegría que nace del silencio y de la Cruz, pero una alegría verdadera.
En segundo lugar el tiempo de Cuaresma es alegre porque es el tiempo de la conversión, y la conversión engendra alegría. Ustedes han experimentado en su vida siempre esto. Luego de una confesión bien hecha ¡qué alegría se siente…! Uno experimenta necesidad de gritarla a los hermanos. Es la alegría del reencuentro con el Padre, es la alegría de la reconciliación con el hermano. Tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, por consiguiente, de alegría.
Tercero: el tiempo de Cuaresma es tiempo de caridad, tiempo de plenitud en la caridad; y la caridad engendra como primer fruto, la alegría. es que los frutos del Espíritu son caridad, alegría y paz. El fruto interno, inmediato de la caridad es la alegría. Si uno vive en plenitud de amor durante la Cuaresma, tiene que estar necesariamente alegre. Todo en un ambiente de sencillez cotidiana, de serenidad.
Les recomiendo mucho que relean el texto del evangelio. Como el Señor pide que tanto la limosna, o sea la caridad, como la oración, como el ayuno, o sea la penitencia, la mortificación, todo se haga en un clima muy de normalidad, muy en lo secreto, sin trompetear nada.
“Cuando ayunen perfumen su cabeza – dice el Señor- no pongan el rostro triste y amargado”.
Que el Señor nos haga vivir hoy esas realidades. Marcaremos ahora las frentes con las cenizas indicando que comenzamos el tiempo solemne de la penitencia; pero como camino hacia la Pascua. Que vivamos este día con un agradecimiento muy hondo al Señor, que nos concede vivirlo así: juntos, comunitariamente. Y vayamos comunitariamente también hacia la gran Vigilia Pascual. Esa noche estaremos cada uno en su lugar, en su puesto, en su parroquia, en su pueblo, en su casa; pero nos sentiremos misteriosamente unidos. Todos cantaremos a la luz del Cristo que ha resucitado, y experimentaremos el agua viva que salta hasta la vida eterna: el agua de nuestro Bautismo, porque esa noche comprometeremos otra vez al Señor nuestra entrega renovando las promesas bautismales.
Y ahora vamos caminando con María, la Virgen de la cuaresma, la Virgen de la oración, la Virgen de la penitencia y de la Cruz, la Virgen de la donación y del servicio. Vamos caminando con ella hacia la Pascua con sencillez y con alegría de corazón, viviendo intensamente estos tres elementos: una austeridad serena y gozosa; una oración contemplativa muy honda de encuentro con el Señor; una caridad festiva y gozosa que sea donación y que sea servicio.
Que la Virgen de la Cuaresma nos acompañe.

miércoles, 18 de marzo de 2009

VIAJE AL AVION DE LOS URUGUAYOS

Queridos amigos:

Hoy es martes y todavía no puedo concentrarme como debería. El viaje al lugar del avión aun sigue dando vueltas en mi cabeza y no puedo dejar de pensar en todo lo fugazmente vivido. Es que todo ha pasado tan rápido !!!.

Es por ello que siento el irresistible deseo de escribir alguna de mis reflexiones y compartirlas con todos ustedes, mis compañeros de viaje. No piensen que estoy loco; los que me conocen saben que soy muy afecto a escribir del modo en que lo hago ahora.

Hubiera sido ideal, a mi gusto, quedarse a dormir en el lugar. No hubo mucho tiempo para contemplar, para reflexionar, para rezar y para compartir. Tampoco tuvimos la posibilidad de “fogonear” a la noche y reflexionar juntos acerca de lo vivido. Pero bueno, no es una queja; el recorrido es así, agotador por cierto, y se requiere tiempo para descansar. Por suerte, los seres humanos tenemos esa capacidad innata de recrear una y otra vez los sentimientos vividos y recuperar las imágenes que, a través de los ojos, penetran y se instalan para siempre dentro del corazón.

Creo, puedo equivocarme, que la gran mayoría llevo a ese lugar una carga “extra”. Los Orue, quizás, el recuerdo de su hermana Laura, María e Ignacio todos los sufrimientos vividos a partir de la enfermedad de este ultimo; Juan, el recuerdo de su entrañable hijo; yo, personalmente, todo lo sufrido a partir de la enfermedad de mi mujer, quien gracias a Dios hoy esta bien; la perdida súbita de mi padre, y el dolor por los sufrimientos de mi hermano con quien pude compartir esta travesía, De Tintín y Josefina, ni hablar. No conozco la historia de los demás.

Entonces me pregunto, ¿porque?; ¿que explicación tiene esto? El viaje por la Cordillera es majestuoso, sin duda alguna. Uno se hace chiquitito ante tanta belleza. Y creo que esto vale para quien es religioso o para quien no lo es. En lo personal, la travesía por las Montañas siempre me ha acercado a Dios. También encuentro a Dios más cerca cuanto mas profundo logro vincularme con el otro; vínculos que muchas veces suelen aparecer en forma súbita; cuando, por ejemplo, se comparte con otros viajes como el que acabamos de realizar.

Pero hay algo más. El lugar de destino es un lugar especial; único. No se trata de un destino turístico, o, por lo menos, no debería serlo. Es un lugar en el que, ante lo inconmensurable, lo inexplicable, uno se hace aún más chiquitito. Allí, hay una Cruz; sencilla, muy sencilla. Y, para mí, donde hay una Cruz, cualquiera sea el lugar en que se encuentre, esta Jesús. Y donde esta Jesús, esta Dios. La cruz fue puesta por el mismo hombre, quien, ante sus propias limitaciones busca proyectarse a través de este signo.

Y, paradójicamente, la Cruz no es un signo de muerte. Todo lo contrario. La Cruz es un signo de VIDA. En ella consistió el verdadero poder de Cristo quien, gracias a ella, la muerte quedo sometida para siempre al poder de la vida. Unos antes, otros después; de una u otra manera, dramática o no dramática; todos estamos llamados a vivir el mismo proceso. Y una vez inmortales, podremos finalmente ver a Dios cara a cara y entender así todo lo que en la vida terrenal no has sido difícil o imposible entender. Es nuestra Fe, nuestra esperanza, es lo que nos ha dejado Jesús.-

Allí, en la Cordillera, hay gente que se quedó y que de alguna manera ayudo a que otros vivieran. Quienes sobrevivieron atravesaron en su momento y muy jóvenes, con creces, el umbral del dolor y cada uno, del otro lado, habrá encontrado su propia respuesta o aun la seguirá buscando. Imagino que todos ellos se habrán preguntado que tipo de personas serían de no haber vivido lo que vivieron. Todos hacemos lo mismo cuando cargamos nuestros propios dolores y sufrimientos.

En suma; el lugar donde cayo el avión es un lugar que impone respeto y que nos debe impulsar a la reflexión y a la oración. Es un lugar donde Dios se hace presente de un modo muy especial. Por ello, creo que de alguna manera debería ser preservado. Ojala no se convierta solo en una atracción turística y lucrativa para quienes exploten su recorrido.

Personalmente, y esto se lo transmito a ustedes que se hicieron allí presentes, y muy especialmente a Tintín, para que emitan su opinión; yo entronaría allí, en lo alto, una linda y sencilla escultura de la Virgen, la “Virgen del Valle de las Lágrimas” mirando hacia el lugar donde el avión cayo. Ella siempre esta y estuvo cerca de los dramas humanos; ella jamás se apartó de su hijo y lo acompaño como madre en el mas grande de los dramas de la humanidad. Ella siempre nos consuela. No en vano, cuando la vida nos pega, solemos recurrir a Ella y buscamos protección bajo su manto, como lo hacíamos con nuestras propias madres.

Por otra parte, al acercarse la gente al lugar, la “Virgen del Valle de las Lágrimas”, serviría para imponer cierta dimensión y respeto por lo que allí ocurrió; por quienes quedaron, y también por quienes sobrevivieron. Se trata solo de tomar la decisión; llevarla, entronarla y bendecirla podría hacerse muy fácilmente. Por otra parte, las películas y/o videos que se han hecho sobre el tema, en muchas se escucha, ni más ni menos que el “Ave María” de Schubert.

Les mando un fuerte abrazo a todos y doy gracias a Dios por haberlos conocido y compartir con ustedes lo compartido. Mil gracias Tintín y Josefina.-

H. Cano
Canito

martes, 17 de marzo de 2009

UNA CELEBRACION MUY ESPECIAL...

Hay noticias que da gusto compartir. La comunidad se nutre de las distintas vivencias de sus miembros. Y es emocionante cuando podemos asistir a la transformación super positiva de situaciones, que se dan por obra y gracia de Dios, e involucran a amigos nuestros muy queridos y muy valientes.-
El jueves que viene, en una celebración que se hará a las 19,00 hs en la Capilla del Marín, Mariano y María José Bosch, recibirán una bendición especial para confirmar su reconciliación matrimonial.-
Confieso que jamás he asistido hasta ahora, a una celebración semejante. Y el tema, motivo de enorme alegría, me dispara algunas reflexiones que quiero compartir con uds.-
En primer lugar rescatar la Alianza que Dios hace con todos nosotros, e incluso a pesar nuestro. El se las rebusca para salirnos al encuentro una y otra vez, ante mil circunstancias distintas de nuestras vidas.
A veces nos toma un poco de tiempo descubrirlo, pero cuando tenemos un corazón abierto como es el caso de estos amigos nuestros, más temprano que tarde, esa alianza se fortalece.
Leía los otros días la carta Pastoral de nuestro Obispo con motivo de la cuaresma y allí nos decía: "Jesús inaugura la nueva alianza y la realiza con su vida. Lo que quiso enseñarnos y nos invita a aprender, está expresado en el mandamiento nuevo: ámense los unos a otros como yo los he amado (Jn 15,22). Los que aprenden, son entonces los que aceptan y viven en la Alianza con Dios".-
Todos tenemos la experiencia cercana, cuando no la propia, de haber estado alejados. A quien no le pasó como matrimonio, le pudo haber pasado con un hermano. O con un amigo, o con Dios mismo.-
Siempre se necesita una cuota importante de coraje para desandar el camino hecho en soledad, fruto de la discordia.
Volver a Dios es lo más sencillo, porque él es absolutamente incondicional.
Pero cuando pensamos en una relación humana o concretamente en un matrimonio desunido... la cosa parece más difícil, porque ya no es una, sino dos voluntades las que tienen que volver sobre sus pasos y tal vez por distintos recorridos, llegar al punto del reencuentro.
Sin embargo, el matrimonio cristiano, elevado a la categoría de Sacramento, cuenta con la garantía de Dios, que bendice esa unión, y esa garantía nos asegura que siempre que lo busquemos con rectitud, encontraremos el camino de regreso a la casa del padre.
Y en esta vida, la casa del padre es nuestra vocación, el hogar, nuestra familia, los hijos, nuestros afectos, el esposo, la esposa, nuestra Fe.-
Que alegría inmensa la reconciliación de estos amigos nuestros. Que motivo enorme para felicitarlos y darle gracias a Dios, por su invitación permanente a hacer Alianza con El.-
Los esperamos a los que puedan, para compartir semejante celebración !!!!
Un abrazo a todos.-
ESTEBAN M. MAZZINGHI

domingo, 15 de marzo de 2009

miércoles, 11 de marzo de 2009

lunes, 9 de marzo de 2009

La transfiguración (Domingo 8 de Marzo)

CUARESMA
Una de las ventajas que nos ofrece la Cuaresma está en que nos hace descubrir que no estamos solos, que con nosotros hay mucha gente que vive, con la Iglesia, la preparación de la Pascua. Este purificar y fortalecer la conciencia personal y comunitaria de nuestra fe de cristianos nos da, en la Iglesia, paz y bienestar.
El Evangelio de hoy nos descubre y, a la vez, nos invita a la oración, a encontrarnos bien con Jesús. Nos dice, también, de las cosas que podemos hablar con Jesús, de cómo hacer de la oración un lugar y un rato de felicidad con Dios y con el prójimo, con los otros, estén cerca o lejos. Nos enseña, también, los frutos de la oración. El primero de todos, la transformación interior de cada uno. Este transfigurarnos a la medida de Cristo hace de todos nosotros gente purificada de todo pecado; de todo esto nos hablan y enseñan Pedro, Santiago y Juan, que acompañaban a Jesús y le vieron hablando con Moisés y Elías.
Aprendamos a encontrarnos bien en la oración, pero para ello hay que orar. Cuaresma es tiempo para rehacer el gusto por las cosas de Dios, mirando la tierra que Él ama, y al hombre para el que nos ha dado a su Hijo Jesús. Que podamos reconocer que con Jesús se está bien y, aunque como los apóstoles que estaban con Jesús digamos alguna tontería, no tengamos miedo; Él nos ama y quiere tal como somos. El nos ha modelado y conoce el fondo de nuestro corazón. Y ha venido para salvarnos.
Fijémonos en la imagen transfigurada de Jesús y gravémosla en el corazón, y en las palabras de los apóstoles y en su sorpresa. Que, también nosotros, sepamos decir cosas como ellos. Y guardar silencio hasta el momento oportuno; una vez resucitado, ya entendemos la pasión. Él, el Señor, nos alecciona en las cosas del Reino. Atentos, una vez más, a la voz de la nube que dice Escuchadle, es mi Hijo, el Amado. Despiertos del sueño, abiertos a la vida, emprendámosla con el nuevo ánimo del Espíritu. El Señor nos desvela su secreto y nos hace partícipes de su vida, aprovechémoslo para nuestro bien y el de todos. La Liturgia de Cuaresma cambia nuestro corazón de piedra por uno de carne que ama y deja amar, que se hace amar como Jesús, que siempre está de nuestro lado.
No tengamos miedo a encontrarnos a solas con Jesús, necesitamos de un cara a cara con Él para mirarnos al fondo de los ojos y penetrar en el secreto más íntimo de su corazón y que Él esté en el nuestro.
Hagamos de Cuaresma el peregrinaje de la fe en la conversión, del decir sí a Dios, que insiste en que escuchemos a su Hijo Jesús.


BAJAR DE LA MONTAÑA. FE/COMPROMISO.
¿Por qué diría Marx que la religión era el opio del pueblo? Con independencia de quien dice algo y con qué finalidad lo dice, puede ser una norma de prudencia preguntarse si el que lo ha dicho tiene alguna razón para decirlo. En este caso y ante esa frase, ciertamente dura, también cabe ese ejercicio de reflexión y de autocrítica.
Puede parecer una perogrullada, pero no lo es a la vista de los acontecimientos sucedidos a través de la historia, decir que el cristianismo es para los hombres y que la salvación que Cristo vino a anunciar a la Tierra era la salvación del hombre de todo aquello que le convertía en un lobo para el hombre; es decir, Cristo venía a salvar al hombre de eso que en la Escritura se llama la esclavitud del pecado y que no son precisamente los "malos pensamientos", sino la actitud por la que el hombre ignora, domina, destruye al otro sin enterarse de que el otro es precisamente su hermano. Y esto que parece sencillo y claro no siempre lo hemos entendido bien ni lo entendemos ahora. Demasiadas veces, la salvación la hemos ofrecido "para la otra vida" sin pensar que hasta llegar a ella hay aquí y ahora una vida en la que el hombre tiene que ser no aletargado ante la injusticia, sino liberado de ella.
Posiblemente por esa inclinación es por lo que haya podido hablarse del opio del pueblo.
La actitud de Pedro en la montaña alta, una actitud nacida de su proverbial espontaneidad, es una muestra de ese camino un tanto desencarnado que el cristianismo ha recorrido para adentrarse en un angelismo que levita sobre la realidad inmediata, esa en la que viven inmersos los hombres y donde se les plantean los auténticos problemas a los que hay que dar respuesta desde la fe. Extasiado ante la contemplación de un Jesús resplandeciente como el sol se produce en el apóstol una reacción inmediata: quedarse allí, alejado de todo y hacer tres tiendas para contemplar sin riesgo el enorme espectáculo al que asistían. Es una reacción muy corriente, y en la que se compromete poco. Hay una frase que la resume y que me gustaría que no se interpretara peyorativamente. La frase es: rezaré por usted. Y eso lo hemos dicho o lo seguimos diciendo a la persona que está maltratada, a la que no tiene lo suficiente para vivir, a la que está pidiendo a gritos no sólo la oración, sino la acción. Rezar para que el mundo sea mejor, para que las cosas se enderecen, para que sucedan según el plan de Dios, es algo espléndido, necesario y admirable, pero me temo que, en el plan de Dios, insuficiente porque Dios sabe perfectamente cómo se pueden enderezar las cosas y proyectar el mundo para que no sea habitable por todos los hombres; Dios lo sabe y, según lo que creemos, podría hacerlo solo y de un plumazo; sin embargo, no lo hace. ¿Nos hemos parado a pensar por qué? Quizá la respuesta esté en ese "levantaos" que dijo Jesús a los apóstoles después de la proposición de Pedro. Levantaos y vámonos de la montaña al llano, allí donde los hombres viven, gozan y sufren; allí donde los hombres miran a Dios buscando la respuesta de sus propios interrogantes; allí donde están los problemas y las posibles soluciones de los mismos; allí donde el hombre se juega su credibilidad como cristiano, su buen hacer o su inhibición.
Levantarse y bajar del monte fueron dos exigencias de Jesús a los suyos, dos exigencias que deben seguir sonando en nuestros oídos para vencer una fortísima tentación que aparece rodeada de bondad: la de apartarse del mundo, ¡tan despreciable!, y rezar por él desde nuestro propio grupo -¡tan estupendo!- sin pisar la arena para hacer cuantos quiebros sean necesarios en pro de una sociedad que se parezca cada día más a lo que quiso Cristo, una sociedad que si fuera de verdad cristiana no habría programa político por "progresista" que fuera que pudiera mejorarla.
Pero levantarse del éxtasis y bajar de la montaña a la vida tiene sus riesgos, unos riesgos que con frecuencia se critican duramente a aquellos que los asumen aduciendo que van más allá de lo que es prudente y deseable; unos riesgos, por otra parte, que exigen valentía y decisión, que comportan dejar la comodidad de nuestra tienda, el buen ambiente en el que nos movemos, el status que hemos alcanzado, la seguridad con la que caminamos. Levantarse y bajar de la montaña compromete a mucho, compromete a despertarse y a despertar, a no justificar lo que, con el Evangelio en la mano, no resulta justificable y no prometer "para la vida eterna" la consecución de unas metas que estamos obligados a conseguir en la presente.
Cristo bajó de la montaña, y ¡cómo lo hizo! No ignoró ningún problema de su tiempo, no pasó de largo por ninguna petición de los hombres, no dejó en el silencio ninguna actuación negativa de aquellos que podían eliminarlo: no vivió sin respuestas y no demoró estas respuestas sine die... Con El lo hicieron también aquellos hombres que le acompañaron, hoy en sus momentos de gloria. Lamentablemente, el paso del tiempo ha ido desdibujando las palabras de Cristo -levantaos y vamos abajo- y, en ocasiones, ha quedado como ideal el plantar una tienda en la altura para ver desde allí, sin intervenir, cómo el hombre no acaba de encontrarse a sí mismo.

EL AISLAMIENTO
La huida para aislarse en un pequeño paraíso individual, en una choza en cualquier sitio, al aire libre en el campo... o en la celda de un convento. Con sólo lo necesario para vivir. Sin lujos, sin ambiciones..., pero sin problemas. Casi no parece una tentación, pero lo es. Y muy peligrosa.
EL CANSANCIO DEL CAMINO
Como le sucedió a Jesús, no nos va a resultar fácil mantener hasta el final nuestro compromiso de lucha por convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y, además del resto de las tentaciones, en algún momento de la marcha aparecerán el cansancio, la desilusión y el deseo de construirnos un paraíso pequeño, a nuestra medida, para pararse a descansar... definitivamente. No se trata de renunciar a la meta; es una tentación mucho más fina: es pretender adelantar la meta para uno solo, o sólo para unos pocos, y abandonar la tarea de ofrecer a otros la posibilidad de fijarse esa misma meta. "Si nadie nos hace caso, ¿por qué no nos retiramos a algún sitio tranquilo en el campo y allí, sin ambiciones, pero sin hacernos más ilusiones, descansamos y ponemos en práctica nuestro ideal cristiano de vivir como hermanos?" Así se podría presentar esta tentación. "Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan y los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos. Allí se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún blanqueador en la tierra es capaz de blanquear".
Los discípulos de Jesús acababan de sufrir el impacto de un anuncio para ellos preocupante: Jesús les acababa de decir que iba a morir asesinado por los poderosos de su tierra y que todos sus seguidores debían estar dispuestos a correr la misma suerte; pero que ni su muerte ni la de los suyos serían definitivas, sino que al final vencería la vida (Mc 8, 34-38). Probablemente se dio cuenta de que sus discípulos no quedaban demasiado convencidos y quiso ofrecer a tres de ellos un anticipo de esa victoria. Es lo que nos cuenta el evangelio de este domingo: Jesús ofrece a Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos más preocupados por el triunfo de Jesús o por su propio éxito, la oportunidad de gozar de una experiencia que les hará comprender que lo que a los ojos de este mundo es una derrota, la muerte, no lo es en realidad. La transfiguración, como tradicionalmente se ha llamado a este pasaje, es la experiencia anticipada de la victoria de Jesús sobre la muerte. Jesús va a morir, sí; pero su muerte no será para siempre. El vive con la vida de Dios y esa vida es definitiva. Su fracaso no será un fracaso.
LA TENTACIÓN DE LA HUIDA
En apoyo de lo que allí está sucediendo aparecen Moisés y Elías, que simbolizan el conjunto de la antigua religión de Israel. Para Pedro, Santiago y Juan no hay que buscar más; su esperanza está realizada: el Mesías ha triunfado. Este era el objetivo y ya se ha cumplido. Y propone que todo se detenga allí: "Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Dos peligros acechan escondidos en la propuesta de Pedro. Por un lado, la pretensión de parar la historia de la liberación de la humanidad poniendo al mismo nivel la Ley y los Profetas y el mensaje de Jesús de Nazaret. Para él, en este momento, Jesús no aporta nada nuevo a la Ley y a la liberación de la esclavitud de Egipto (Moisés) ni a los mensajes de los profetas (Elías) que urgían a su pueblo a realizar en profundidad aquella liberación; por eso quiere colocar a la par a Jesús y a Moisés y Elías: "Podríamos hacer tres chozas...".
Por otro lado, Pedro olvida que el mundo no se acaba en aquel monte y que allá abajo queda todavía mucho trabajo que realizar, muchos hombres y mujeres que aún no han llegado ni siquiera al nivel de libertad que Dios hizo posible para su pueblo por medio de Moisés. De esta manera, Pedro está proponiendo a Jesús que deje sin efecto el compromiso que asumió en su bautismo. Y eludiendo la exigencia que Jesús había planteado a todos sus discípulos: seguir, también ellos, hasta el final su camino.
UNA OFERTA NUEVA
La voz de Dios devuelve a Pedro a la situación presente: "Este es mi Hijo, el que yo quiero: escuchadlo a él". Moisés y Elías ya no tienen nada que decir a los discípulos (de hecho no hablan con ellos); sólo a él, a Jesús, a quien Dios llama Hijo suyo, hay que escuchar; la Ley y los Profetas ya están cumplidos. Para el momento presente Dios tiene una oferta nueva que presenta por medio de Jesús: convertir este mundo en un mundo de hermanos en el que todos los hombres puedan vivir felices. Esa posibilidad sólo se ofrece por medio de Jesús, "y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos", y el camino para lograr que se realice pasa por la entrega sin condiciones, hasta la muerte, si es preciso. No porque Dios exija sangre, sino porque los responsables de la injusticia y del sufrimiento que padece la mayoría de la humanidad van a utilizar toda la violencia de que dispongan para que ese mundo de hermanos nunca se haga realidad; y porque esa violencia sólo podrá ser vencida con el amor llevado hasta la entrega de la propia vida superando la tentación de huir ante las dificultades o ante el fracaso, manteniendo firme la confianza en Dios, que hará que la vida venza a la muerte.

FELIZ CUMPLE SERGIO POLICASTRO

La comunidad de entretiempo reza por vos y tu familia en este día. Que los cumplas muy feliz !!!

domingo, 8 de marzo de 2009

Oración por la familia

Haz, Señor, que en nuestra casa, cuando se hable, siempre nos miremos a los ojos y busquemos crecer juntos; que nadie esté sólo, ni en la indiferencia o el aburrimiento; que los problemas de los otros no sean desconocidos o ignorados, que pueda entrar quien tiene necesidad y sea bienvenido.
Señor, que en nuestra casa sea importante el trabajo, pero no más importante que la alegría; que la comida sea el momento de alegría y de conversación; que el descanso sea paz del corazón y del cuerpo; que la riqueza mayor sea estar juntos.
Señor, que en nuestra casa el más débil sea el centro de la atención; que el más pequeño y el más viejo sean los más queridos; que el mañana no nos dé miedo, porque Dios siempre está cerca; que cada gesto esté lleno de significado; que te demos gracias por todo lo que la vida nos ofrece y tu amor nos da.
Señor, que nuestra casa sea el lugar de acogida como la casa de Marta, María y Lázaro en Betania. Amén.

sábado, 7 de marzo de 2009

Que tu mirada sea

Que tu mirada sea,
mirada clara,
sea mirada de niño,
que transparenta el alma.
Sea como agua fresca de arroyo
que no deja ocultar nada.
Que tu sonrisa sea,
sonrisa ancha,
fuerza que surja de adentro,
ganas que se contagian,
buen humor que dé sentido
al quehacer de tu jornada.
Que tus palabras sean,
valientes palabras,
que no oculten la verdad
y no teman proclamarla.
Que sean la voz de aquellos
que ya no pueden alzarla.
Que tus manos sean,
manos entrelazadas,
manos con otras tendidas,
abiertas, no solitarias.
Manos unidas y fuertes
que hoy construyen el mañana.

Que tu caminar sea,
compartida caminata,
que busque abrir junto a otros huellas de nueva esperanza.
Que tu camino acompañe
el caminar del pueblo en marcha.
Que tus silencios sean,
eco de tus entrañas,
crisol de anhelo y proyectos
que sólo el tiempo amalgama.
Silencio fértil, simiente
que en brotes de vida estalla.
Que tu vida entrega sea,
para que valga la pena,
ser vivida y no gastada.
Marcelo A. Murúa

FELIZ CUMPLE DIEGO CHIORRA!!

La comunidad de Entretiempo reza por vos y por tu familia en este día. Que los cumplas feliz!!

viernes, 6 de marzo de 2009

Ayúdame a Descubrir

Señor,
ayúdame a descubrir:

Lo que los demás
me enseñan
con su vida
y su experiencia

Lo que mi gente
me muestra
en la sabiduría de sus vidas.

Lo que mis compañeros
y compañeras de camino
perfuman en el sendero de mis días

Muéstrame y enséñame
a descubrir lo mejor de todos,
para que entonces pueda
valorar lo que he recibido
mis dones y talentos,
semillas que esperan
la fecundidad de la entrega
para dar los frutos
que Tu esperas

Amén

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2009

¡Queridos hermanos y hermanas!
Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor ! la oración, el ayuno y la limosna ! para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Pregón pascual).
En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.
Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio" (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que "el ayuno ya existía en el paraíso", y "la primera orden en este sentido fue dada a Adán". Por lo tanto, concluye: "El ‘no debes comer' es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia" (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar "para humillarnos ! dijo ! delante de nuestro Dios" (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: "A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos" (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.
En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará" (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de "no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal", con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.
La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: "El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica" (Sermo 43: PL 52, 320, 332).
En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos" (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).
La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía "retorcidísima y enredadísima complicación de nudos" (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: "Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura" (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. encíclica Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.
Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: "Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia - Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención".
Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. encíclica Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

BENEDICTUS PP. XVI

FELIZ CUMPLE GEORGIE GALLINO !!!




La comunidad de entretiempo reza por vos y tu familia en este día. Que los cumplas muy feliz !!!

jueves, 5 de marzo de 2009

Para la adoración del Santísimo...


…Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos…

Paciencia, “no resistir, no oponerme, no luchar”, perseverar allí junto a él. Con mi fe oscura y mi pobre amor ofrezco el tiempo que pasa, dejándome estar, y “espero silenciosamente, obstinadamente”.

Regalarle a Dios nuestro tiempo en esa entrega silenciosa es darle a Dios lo más nuestro, lo que más nos cuesta entregar gratuitamente. Quedarse allí sin la perspectiva de producir algo, quedarse allí sin la prisa del que quiere conseguir algo cuanto antes y quedarse allí simplemente para dejarse modelar con los tiempos de Dios, es una actitud muy difícil para un ser humano que se dejó arrastrar por el torbellino angustiante del tiempo que pasa.

A nosotros criaturas inmersas en el tiempo, que vivimos con la angustia escondida de saber que el tiempo para y se nos acaba, nos cuesta tremendamente liberarnos de nuestro tiempo y regalarlo sin buscar un fruto inmediato y bien palpable.

En la eternidad no habrá desgaste, estaremos libres de este temor de perdernos algo; pero aquí, en este tiempo que se acaba, las oportunidades se dan una sola vez, la juventud va pasando, el cuerpo y su salud se van desgastando, se consumen. Por eso, no es que nos desagrade un eternidad en el gozo de Dios; lo que nos cuesta es darle a Dios como ofrenda gratuita y serena este tiempo que pasa y se nos termina.

Esa entrega sólo es posible cuando vivimos este tiempo como anticipo de la eternidad feliz. Cuando dejamos de luchar pretendiendo que somos capaces de construirnos una felicidad perfecta en esta tierra, cuando le permitimos a Dios que sea él en nosotros, cuando alcancemos a percibir que todo lo bello de este mundo es un anticipo pálido y fugaz y que estamos llamados a otra cosa, entonces sí podemos valorar esos momentos gastados en su presencia, porque esos momentos se convierten en verdaderos anticipos que nos van acercando más y más a la plenitud que nuestro corazón ansía y que nunca alcanza en las cosas de este mundo. Allí puedo comenzar a saciar “esta sed que me quema”.

Cuando el corazón entrega todo y se queda absorto en la presencia del Señor, de esa manera experimentamos su verdadero ser, siente que no hay existencia más auténtica que ser en la presencia de Dios: “Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos…”

Y así descubre que el tiempo vivido en la presencia del Señor que no es perdido, no es desgaste; es simplemente cargarse de vida. No es tampoco perder la libertad, sino alcanzarla de verdad. Haciéndose dueño del propio tiempo y negándoselo a Dios el hombre cree que lo aprovecha mejor y no se da cuenta de que creyéndose libre se esclaviza cada vez más con necesidades insatisfechas:

Todos los yugos que he roto me han sujetado más estrechamente a mí mismo, haciéndome mi propio esclavo

En cambio, no hay mayor gloria para el ser humano que disponer de eso que es tan suyo: el tiempo que pasa, el límite, la caducidad y ofrendarlo libremente a Dios “en un intento de donación completa y absoluta”."


Victor Manuel Fernández; "Encuentros con la Eucaristía - Escándalo y locura".

ORACIONES POR ALFREDO

Queridos amigos de Entretiempo, les escribo estas líneas para pedirle que recen por Alfredo Confalonieri del Entretiempo 17, que ha tenido un infarto y esta internado fuera de riesgo pero en observación en la clinica Santa Isabel. (tiene ventanas muy restringida de visita)
Les mando un fuerte abrazo a todos y desde ya les agradezco sus oraciones
Ernesto Federico Enrico - Rafael Parera - Gustavo Sforza - Ricardo Ongay - Rodrigo Fernandez Madero

COMISION COORDINACION ENTRETIEMPO CAPITAL FEDERAL

lunes, 2 de marzo de 2009

domingo, 1 de marzo de 2009

MARTES 3 DE MARZO - ADORACION



Querido Amigo:
El próximo Martes 3 de Marzo, como primer martes de mes y
luego de las vacaciones, reanudamos una vez más con la perseverancia del Entretiempo & Oportunidad, es por eso que te invitamos a disfrutar de una hora en compañia del Señor de 20:00 a 21:00 Hs en la Capilla de Colegio,como es habitual contaremos con la presencia de un sacerdote, para aquellos que quieran confesarse (ya que estamos en cuaresma,es una muy buena ocasión).

Un fuerte abrazo en Xto.

Entretiempo & Oportunidad