viernes, 27 de mayo de 2011

REUNION COORDINADORES Y ANIMADORES 2011

Este Lunes 23 de mayo tuvo lugar la reunión entre los coordinadores generales de Entretiempo San Isidro y los animadores y co animadores de este año.
Se habló sobre la conformación de los equipos, el avance de las reuniones del primer y segundo retiro, los cambios que estamos implementando en la guía sobre algunas charlas puntuales, los grupos de profundización y demás detalles operativos relacionados especialmente con el próximo retiro que les recordamos será el próximo 24 de junio.
Ya estamos rezando por el éxito de la convocatoria.
A propósito, este fin de semana se hace la convivencia del primer equipo. Tengámoslos presentes en la oración.-

Los de la foto son: Santiago Ruiz Luque, Lino Galarce, Georgie Gallino, Gabriel Guemes
Miguel Oliva invitado en calidad de concinero: Muchas Gracias
Héctor Ezcurra Luis Sanchez, Marcelo Puiggari, Gustavo Marcos, Luciano Locatelli, Esteban Mazzinghi (sacó la foto)
Ausentes con aviso: Canito y Enrique Perriaux.-


La torta del postre la hicieron mis hijas. Dios las bendiga...

viernes, 20 de mayo de 2011

EL GIGANTE

El Gigante


Aunque se trata de un viaje de placer, hemos puesto el despertador a las cuatro de la mañana.

Rápido desayuno, y poco después nos lanzamos con María, a caminar por una Roma desierta: Piazza Spagna -por una vez, con sus escaleras despejadas-, Via del Corso, Piazza Colonna, Piazza Navona iluminada…, oyendo nuestros pasos en el empedrado.

A medida que avanzamos, se van juntando muchas personas desconocidas, que hablan lenguas desconocidas también y que caminan en dirección al Vaticano, con banderas multicolores, y visible excitación, para rendir un homenaje agradecido al Gigante.

Al llegar al Tiber, ya formamos una multitud, y nos desvían en dirección al Castel Sant´Angelo.

No podemos seguir avanzando; el Gigante es muy popular, y de todas partes ha llegado gente, a dar este testimonio impresionante de Fe y de Esperanza en un mundo mejor.

La sonrisa de Juan Pablo II nos recibe desde mil carteles.

Todavía lejos de la Piazza San Pietro, se nos dificulta la marcha, porque hay una legión de personas durmiendo al sereno, polacos en su gran mayoría.

A las cinco de la mañana, avanzamos otro poco, y ya estamos en la Via de la Conciliazione, desde la cual podemos ver, iluminada contra el cielo, oscuro todavía, la maravillosa cúpula de Miguel Angel.

Todavía faltan cerca de cinco horas para que comience la Misa de Beatificación, y una multitud paciente e ilusionada espera ese momento.

Me viene a la cabeza una escena del Evangelio, en la que Jesús le dice a la gente, que lo seguía al desierto: “Qué han venido a buscar?”

Me lo pregunto: ¿Qué es lo que nos ha movido a estar allí, y a estar con esa actitud cargada de esperanza, de cariño y de gratitud por ese hombre excepcional?

Miro a mi alrededor: las caras de cansancio, las vestimentas, las miradas encendidas a medida que se acerca la hora de la Misa.

Personas de todas las razas, de toda condición, de toda edad, que han venido de todos los rincones de la tierra, ricos y pobres, sanos y enfermos, negros y blancos, jóvenes y viejos, curas y laicos, todos, todos, como una gran familia.

Detrás de mí, una italiana de clase media, con “suo figlio”, de 6 o 7 años, que se cae de sueño; y unas monjas africanas, sus caras negras contrastando con el hábito inmaculado; y algunos americanos, con sus infaltables camisas de colores; y una nube de orientales con sus impresionantes máquinas de fotos; y un grupo de chicos polacos, y algunos ancianos que soportan con resignación las horas de espera, y muchos eslavos que, gracias al Gigante, han podido venir de los ex – países comunistas: Rusia, Hungría, Checoslovaquia.

Y franceses, y españoles, brasileros, mexicanos, vietnamitas, y muchos africanos, de todas las edades.

Qué tenemos en común?, me pregunto.

Nuestra Fe en Cristo y nuestra amistad con el Gigante; no importa que no lo hayamos conocido personalmente, todos sentimos que existió una relación personal, casi íntima, con él.

Durante más de un cuarto de siglo, este hombre venido de Polonia, nos habló al corazón; y no nos habló con palabras, solamente, sino con su propia vida, con su sangre derramada en esa misma plaza, con sus viajes inagotables, con su fortaleza y su alegría cuando era un hombre joven y fuerte (fue Papa cuando tenía mi edad, pienso), y cuando era ya un anciano enfermo y apoyado solamente en Dios, tan débil y tan fuerte.

Queremos estar allí, parados durante horas, para dar un testimonio de adhesión a este hombre maravilloso, único, que marcó una época, y que nos sigue mostrando el único camino para llegar a ser felices: el de la amistad con Jesús.-

Hace más de treinta años, en 1978, su voz estremeció al mundo: “No tengan miedo… -nos dijo con su voz de barítono-, abran sus puertas a Cristo, ábranlas de par en par…”

Se trata de eso: de abrir las puertas de nuestro corazón, de transformar el mundo, y convertirlo en un mundo de hermanos, de hijos de Dios.

Va saliendo el sol a nuestras espaldas, y Roma cobra vida a nuestro alrededor.

Cada uno de nosotros es apenas un punto inhallable en medio de una multitud de un millón y medio de personas, pero lo importante es lo que está pasando en el interior de nuestros corazones; lo importante es este compromiso, estas ganas de ser fieles a Jesús y a su Iglesia, de vivir el Evangelio que nos lleva, esencialmente, a querer a los demás, y a vivir para los demás.

Empieza la Misa, el Papa Benedicto la celebra emocionado, y nosotros la seguimos por las pantallas, porque estamos (afortunados…) a unos 400 metros del altar.

Proclama a Juan Pablo II como Beato, como un ejemplo de virtudes; en poco tiempo más, lo sabemos, será Santo.

Estalla en la plaza una ovación indescriptible, que parece no terminar nunca, y se agitan las banderas de mil colores, y suenan las campanas. Y todos sentimos que el Gigante tiene que ver con nuestras vidas, y los ojos se nos llenan de lágrimas, y una alegría y una emoción indescriptibles recorren la plaza, las calles de Roma, el mundo entero.


(Gabriel Mazzinghi)

domingo, 1 de mayo de 2011

Nuevo remedio

   “¡No tengan miedo!”, fueron sus primeras palabras como Papa. Y el mundo se sorprendía, allá en 1978, de que hubiesen elegido a "ese cardenal de nombre raro, ¡y encima polaco!", "¿A quién se le ocurría elegir un papa polaco? ¿No tenían que ser todos italianos?".
   De la sorpresa pasamos a la admiración. Nos conquistó, con su sonrisa, su coraje, su claridad, su inteligencia, su fuerza, su convicción. Influyó decisivamente en la vida de cristianos y no cristianos, siempre para bien nuestro y sirviendo a Cristo por María. Fue un ejemplo para todos, en múltiples facetas: como hombre, como ciudadano de su Polonia natal, como servidor de la Iglesia, como sacerdote, como místico, como intelectual, como líder, como docente, como amigo, como testigo. Y , probablemente pronto, como santo.
    Para los cuarentones y cincuentones, este papa que nos acompañó más de la mitad de nuestra vida, dejó seguramente una marca imborrable que hoy los más jóvenes no llegan a entender. Mi hijo más chico no entendía mi emoción de hoy, cuando veía sus imágenes y recordaba tantas cosas vividas.

    En lo personal, lo que más me dejó y en lo que más me gustaría poder imitarlo, es:
  •           Su capacidad de oración, de contemplación, de donde él decía sacar toda la increíble energía que desplegaba día a día.
  •           Su confianza y fe en Dios y en la mediación de María.
  •           Su deseo inclaudicable de cumplir la voluntad de Dios, incondicionalmente, y su coraje para hacerlo.


    En esta etapa de nuestra vida, (crisis o post-crisis de la mitad de la vida), cuando para algunos de nosotros se nos pueden plantear ciertas inquietudes y temores con respecto al futuro, personalmente el ejemplo valiente y confiado de Juan Pablo II, resonándome en la memoria: “¡No tengan miedo!” me reconforta y me alienta a “Abrirle las puertas a Cristo”, como él invitaba.
    Su beatificación me abre así la esperanzadora posibilidad de pedir su intercesión cada vez que tenga miedo.
    Un excelente remedio para mi cobardía y mi falta de confianza.