jueves, 5 de marzo de 2009

Para la adoración del Santísimo...


…Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos…

Paciencia, “no resistir, no oponerme, no luchar”, perseverar allí junto a él. Con mi fe oscura y mi pobre amor ofrezco el tiempo que pasa, dejándome estar, y “espero silenciosamente, obstinadamente”.

Regalarle a Dios nuestro tiempo en esa entrega silenciosa es darle a Dios lo más nuestro, lo que más nos cuesta entregar gratuitamente. Quedarse allí sin la perspectiva de producir algo, quedarse allí sin la prisa del que quiere conseguir algo cuanto antes y quedarse allí simplemente para dejarse modelar con los tiempos de Dios, es una actitud muy difícil para un ser humano que se dejó arrastrar por el torbellino angustiante del tiempo que pasa.

A nosotros criaturas inmersas en el tiempo, que vivimos con la angustia escondida de saber que el tiempo para y se nos acaba, nos cuesta tremendamente liberarnos de nuestro tiempo y regalarlo sin buscar un fruto inmediato y bien palpable.

En la eternidad no habrá desgaste, estaremos libres de este temor de perdernos algo; pero aquí, en este tiempo que se acaba, las oportunidades se dan una sola vez, la juventud va pasando, el cuerpo y su salud se van desgastando, se consumen. Por eso, no es que nos desagrade un eternidad en el gozo de Dios; lo que nos cuesta es darle a Dios como ofrenda gratuita y serena este tiempo que pasa y se nos termina.

Esa entrega sólo es posible cuando vivimos este tiempo como anticipo de la eternidad feliz. Cuando dejamos de luchar pretendiendo que somos capaces de construirnos una felicidad perfecta en esta tierra, cuando le permitimos a Dios que sea él en nosotros, cuando alcancemos a percibir que todo lo bello de este mundo es un anticipo pálido y fugaz y que estamos llamados a otra cosa, entonces sí podemos valorar esos momentos gastados en su presencia, porque esos momentos se convierten en verdaderos anticipos que nos van acercando más y más a la plenitud que nuestro corazón ansía y que nunca alcanza en las cosas de este mundo. Allí puedo comenzar a saciar “esta sed que me quema”.

Cuando el corazón entrega todo y se queda absorto en la presencia del Señor, de esa manera experimentamos su verdadero ser, siente que no hay existencia más auténtica que ser en la presencia de Dios: “Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos…”

Y así descubre que el tiempo vivido en la presencia del Señor que no es perdido, no es desgaste; es simplemente cargarse de vida. No es tampoco perder la libertad, sino alcanzarla de verdad. Haciéndose dueño del propio tiempo y negándoselo a Dios el hombre cree que lo aprovecha mejor y no se da cuenta de que creyéndose libre se esclaviza cada vez más con necesidades insatisfechas:

Todos los yugos que he roto me han sujetado más estrechamente a mí mismo, haciéndome mi propio esclavo

En cambio, no hay mayor gloria para el ser humano que disponer de eso que es tan suyo: el tiempo que pasa, el límite, la caducidad y ofrendarlo libremente a Dios “en un intento de donación completa y absoluta”."


Victor Manuel Fernández; "Encuentros con la Eucaristía - Escándalo y locura".

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