lunes, 20 de abril de 2009

LA PAZ Y EL PERDON

“Siendo tarde aquel día, el primero después del Sábado,
Y estando las puertas cerradas del lugar
donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos,
vino Jesús y se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes».
Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado.
Se alegraron entonces los discípulos viendo al Señor.
Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío.» Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos.
Vino Jesús estando las puertas cerradas, y se presentó en medio de ellos y dijo:
«La paz con ustedes.»
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no quieras ser incrédulo sino fiel.»
Tomás le contestó: « Señor mío y Dios mío. »
Le dice Jesús: «Porque me has visto has creído. Felices los que no vieron y creyeron.»
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre” (Jn 20, 19-29).

Contemplación
Contemplamos la paz que el Señor nos da, pidiendo la gracia de gustar su dulzura y suavidad.
En el evangelio de hoy el Señor comunica su paz personal a su comunidad para que luego difundan esta paz a todos los hombres.
La paz se hace presente y se establece
Contemplamos primero la paz que es Jesús mismo. La paz no es una cosa sino una Persona pacificada y pacificante.
El Señor resucitado, “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14).
Jesús Resucitado es paz, se hace presente “deseando la paz”, pronunciando un saludo de paz.
Él es el que viene y entra ─ estando cerradas nuestras puertas ─ y nos da la paz.
La paz muestra sus fuentes
El modo de comunicar la paz que tiene el Señor consiste en saludar y acto seguido mostrar sus heridas y su costado. Nos muestra el lugar de su carne desde el cual brota, como un manantial, la paz. Es el lugar de las llagas, el lugar donde la paz parecía que se había perdido, el lugar abierto por la violencia.
Ayer falleció Martín, uno de nuestros comensales y uno de su grupo de la plaza me decía: “ahora descansa en paz. Porque ya sufrió mucho. Estaba hecho una miseria, todo lastimado, no se podía levantar”. Nuestro sentido común nos dice que no se pueden juntar llagas y paz. Y eso es precisamente lo que une Jesús resucitado: sus llagas y su paz. Está llagado y está en paz. “El odio ha cesado de enfurecerse contra él, su amor ha tenido un aliento más largo”, como dice Balthasar. Jesús llagado–resucitado es nuestra paz: por sus llagas fuimos sanados.
Resucitar es, pues, que de las llagas brote paz. Y no culpa ni resentimiento. Paz.
Por eso nosotros “comulgamos” con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Con su Cuerpo llagado y resucitado. Para que nos cure nuestras llagas y su carne nos resucite y nos ponga en paz.
Para poder comulgar con las llagas que nos muestra la realidad debemos estar “sanados” y pacificados interiormente por las llagas resucitadas del Señor Jesús. Sólo contemplando sus llagas curadas podemos animarnos a mirar todas las llagas. Sólo escuchando su saludo ─ la paz esté con ustedes ─ mientras nos muestra sus llagas, podemos contemplar las llagas de los hombres nuestros hermanos sin escuchar las otras voces, las que nos perturban: las voces de la indignación (qué barbaridad!), las voces de la queja
(¿Cómo puede ser esto?), las voces de la desesperación (no lo puedo tolerar).
Solo teniendo a Jesús en los ojos y en los oídos podemos sostener la mirada sobre las llagas del mundo.
No de otra manera es que las hermanas de la Caridad lavan las llagas de los que están por morir. Una amiga que vino de estar en Calcuta un mes nos compartía la semana pasada, en la reunión de la Casa de la Bondad, que donde se lavan los enfermos hay carteles que dicen “es el Cuerpo de Cristo”. “Y se ve en tantos lados la frase que a uno se le vuelve experiencia real” –nos decía.
Esta paz básica, diríamos, brota del Cuerpo mismo del Señor, y es señal de que la Resurrección no deja lugar a ningún reproche por lo que le hicimos. El Señor preparó esto instituyendo la Eucaristía “antes” de la Pasión, haciendo ver que entregaba su Carne por nosotros estando bien. Y ahora nos muestra su Carne con las llagas curadas pero no “borradas”. Todo esto obra misteriosamente evitando cualquier movimiento de autorreferencia en nosotros, haciéndonos pender totalmente de lo que brota de Jesús, del Señorío de su libertad que no nos culpa sino que nos pone en paz. En el movimiento que fluye de sus llagas y de su costado se estrella y se diluye todo movimiento de culpa que brota de nuestras dudas y del examinarnos a nosotros mismos y a nuestras intenciones y deberes.
Definitivamente, la Carne del Señor nos pacifica el corazón. Comulgar con su Cuerpo y con su Sangre todo lo posible es la fuente “carnal” de la paz espiritual.
La paz se expande
Luego viene el segundo saludo de paz.
«La paz con ustedes.
Como el Padre me envió, también yo los envío.»
Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dice:
«Reciban el Espíritu Santo.
A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»
El Señor “sopla” su paz. Para que sintamos que la paz es un don que se respira. Se puede respirar por los ojos, posando sobre Jesús ─ y en Él sobre toda la realidad ─ una mirada de paz.
Se puede respirar con los oídos, haciendo silencio y escuchando el ritmo interior de la paz del Espíritu que late en lo escondido de toda realidad…
En este saludo de paz misionera, Jesús nos revela que la paz viene de la Fuente más honda, del Padre que lo envió, y también que esa paz desea extenderse más lejos, abarcarlo todo en el Espíritu, perdonando todo pecado.
De última, la paz la rompe sólo el pecado y por eso el Señor la restablece perdonando los pecados.
El problema está en que se nos ha vuelto confuso el concepto del pecado. Quizás cada uno pueda encontrar el hilo de su pecado allí donde pierde la paz. Tu pecado es lo que te quita la paz.
Y tu sacramento de la confesión es aquello en lo que el Señor te devuelve la paz.
Por ahí tiene que empezar de nuevo el que se sienta confuso en cuanto a lo que es pecado y en cuanto a la manera de confesarse.
¿Te animás a probar llamarle “pecado” a lo que te quita la paz y dejar que Jesús le llame “perdón” al hacerte sentir pacificado?
No importa que de entrada no encuentres a “eso que te quita la paz” en la “lista de los pecados” que salen en los libros de catequesis. Vos por ahí le llamás “angustia” a lo que te quita la paz. Dejá que Jesús te “perdone” la angustia (¿cómo se va a perdonar la angustia?). Y, el Señor quizás la quiera “perdonar” a su manera, mostrándote la llaga de su costado, la que se abrió en la angustia tremenda del Huerto y que ahora está convertida en Paz.
Vos por ahí le llamás “miedo” a lo que te quita la paz. Dejá que el Señor te tranquilice a su manera, con su presencia, que entre en el ámbito cerrado de tus miedos y te salude. Dejá que a esto El le llame “perdón”. (¿Se puede perdonar el miedo?) Es que el perdón no va tan solo a los efectos del pecado sino a su raíz. ¿No es el miedo a la muerte lo que nos vuelve esclavos del pecado? San Pablo dice que sí. Entonces, necesitamos ser perdonados ─pacificados, mejor ─ de ese miedo, para no dar frutos de cobardía, de borrarnos, de zafar, de mentir, de ceder…
Vos quizás le llamás dudas a lo que te quita la paz. Dejá que el Señor acalle tus dudas y te las perdone a su manera. Como perdonó las dudas de Tomás, haciéndole meter el dedo en su llaga, pero como amigo fiel, no como escéptico.
Y así, cada uno puede ir “traduciendo” pecado y perdón en el vocabulario de la inquietud y de la paz. Es un lindo trabajito de resurrección, que se puede hacer en pequeñas pausas durante la actividad. Al pasar de una cosa a otra, uno puede retardar unos momentos el cambio y examinar si está en paz o no y cómo visualiza lo que viene, si pacificante o angustiante… Y dejar que el Señor se haga presente en eso que pasó o en lo que viene y lo llene de su Paz.
Por supuesto que este ejercicio se tiene que hacer en la Fe, como le dice el Señor a Tomás. Y en el ámbito de mi familia y comunidad, para estar allí en paz con los otros y con la tarea de cuidar la paz común.
Diego Fares sj

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