martes, 29 de septiembre de 2009

MEDITANDO LOS MISTERIOS DEL ROSARIO



3º MISTERIO GOZOSO: El Nacimiento de Jesús

(Lucas 2, 6-11)
“Y sucedió que, mientras ellos estaban allí se cumplieron los días
del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en
pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el
alojamiento. Había en la misma comarca algunos pastores (...) se les presentó el Ángel del Señor, y les dijo: no temáis, pues os anuncio una gran alegría. os ha nacido un salvador.”

Nacer es venir al mundo. Esta es la primera acepción del diccionario referido al vocablo en cuestión.

Y es venir al mundo, por encargo de otros.

Acá, Dios es el que manda a su Hijo y lo encarna de una manera especialísima.

Dejemos de lado estos detalles de la Encarnación, que es en definitiva un misterio enorme, y no tratemos de comprenderlo, sino tomarlo como una verdad a la que adherimos por la fe.-

El mundo ya existía, ¿que sentido tendría la venida de Jesús a un mundo deshabitado?.

Había pues un mundo antes de este nacimiento, tan cierto como que a partir de ese momento, existió otro nuevo.-

Porque se trató de un nacimiento que cambió las coordenadas de la humanidad.

Hasta los años se empezaron a contar desde cero, y a partir de este acontecimiento hubo un antes y un después para todo:

- Un mundo viejo y otro jóven.

- Un hombre viejo, y un hombre nuevo, en palabras de San Pablo.

- Un testamento antiguo, llevado a su plenitud por otro testamento posterior.

- Una vieja Ley (encausada en mil preceptos), superada por la Ley del Amor.

Se trató de un acontecimiento histórico, pero en realidad fue mucho más que eso.

A partir de allí, o mejor dicho treinta y pico de años después de ese nacimiento, se le dio sentido a todos los nacimientos, pasados, presentes y futuros.

Es una nueva historia la del hombre, que va a cambiar radicalmente a partir de la resurrección.

Y la importancia del nacimento es elemenatal, ya que no puede haber una resurrección, si no ha existido previamente un nacimiento y posteriormente una muerte.-

Estas dos palabras (nacimiento y muerte) son como las dos caras de una misma moneda.

Nada puede morir sin antes haber nacido.

Y todos los seres vivos que hayan nacido, han de morir indefectiblemente.

Solo uno será, para siempre, el Resucitado, y con su Resurrección nos abrirá a nosotros las puertas de la vida eterna.

Siempre pensé: que feo hubiera sido vivir antes de Cristo.

Porque el mundo anterior al Nacimiento era un mundo sin destino.

La vida transitaba por calles pequeñas y polvorientas y me imagino el horizonte de una finitud agobiante.

Los hombres condenados por el pecado original, estaban divididos en miles de razas, y profesaban distintas religiones. Ninguna llegaba –ni llega- a resolver de fondo el problema de la muerte.

Y el problema de la muerte paradójicamente se resuelve con un Nacimiento.

Alguien que nace con la misión divina de morir, cargando sobre sí todos los males de la humanidad, para luego resucitar triunfante.

Porque la Resurrección es un nuevo nacimiento, pero ya definitivo.

Y junto con Él, nacemos también nosotros a la vida plena.

Este es el verdadero golazo de nuestra fe.-

Sin embargo, en el desarrollo de nuestras vidas, mientras estemos en esta tierra, continuamente estaremos asistiendo al nacimiento de Jesús en nuestro corazón; también a su muerte por nuestro pecado, y luego a su resurrección, en nuestra alma, por el sacramento de la Reconciliación.-

Nuestro corazón es como un pesebre diario, donde estos tres ciclos de Jesús se renuevan continuamente.-

Lo importante es tener conciencia de ello.

Saber que el nacimiento de Jesús, implica que también en nuestra vida habrá un antes y un después.

Ser conscientes de que Jesús -recién nacido- habita en nosotros, y nos obliga por coherencia a matar unas cuantas cosas de nuestra vida vieja (hay algunas que tienen más vidas que un gato) y nos impulsa también a poner en práctica buenos propósitos para la nueva vida que comienza.-

Y si en el camino de vivir, lo que me muere son esos propósitos, Jesús nos ha dejado bien a mano un recurso inagotable: Pedirle perdón sincero, para que Él nazca otra vez en nuestro corazón, con toda la potencia de una vida nueva y así se reanude el ciclo.-

Contemplar este misterio es alegrarnos y agradecer.

Alegrarnos porque Él ha bajado a este valle, para enjugarnos las lágrimas y darle sentido real a nuestras vidas.-

Y darle gracias, porque quiso nacer y quedarse, para siempre, entre nosotros.

Por último, gracias a María que aceptó la anunciación, y acompañó la vida de Jesús como se verá en los dos misterios siguientes, todo con una fe y una entrega, virtudes que le pedimos nosotros por su intercesión, nos sean también dadas.-

Por Esteban M. Mazzinghi

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