lunes, 1 de marzo de 2010

PROCESO A JESUS DE NAZARETH (3º PODER)


3. Herodes


El poder a veces mantiene sus símbolos y sus gestos, aunque detrás de ellos se esconda el vacío. De todos modos, muchas veces alcanza con el solo parecer. No importa que nada lo sustente, el disfraz es suficiente. Todo ha cambiado radicalmente, pero ellos aún están allí. Es el ámbito de la farándula encumbrada que quiere que el espectáculo continúe siempre, no importa el precio. Son los reyes de este siglo, los presidentes con primer ministro, los embajadores de complejos protocolos. Aquellos que han sido olvidados en una especie de limbo de un poder que ya no es más. Apellidos ilustres, nombres rutilantes, propiedades desiertas, cargos despojados de sentido. Es la vida dedicada a una fiesta eterna, donde todo se diluye finalmente en un tedio insoportable. El aturdimiento como única medicina para continuar distraídos y comenzar a llenar ese espacio tan grande que es el día de un inútil. Todos estuvieron a una enorme distancia de entender lo que ocurría, pero ninguno estuvo más lejos que Herodes. Aquella era una corte de utilería, con soldados de carnaval y cortesanas sin ambición. Para que no se notara demasiado su irrelevante condición vivían recluidos en la áspera Perea dentro de la fortaleza de Maqueronte. Allí, harto de bufones que repetían sus bromas y de las contorsiones de bailarinas asiáticas, el Tetrarca encontró su diversión en robarle la mujer a su hermano. En un arrebato de lujuria cedió a los velos de Salomé y a la tentación de acallar la denuncia del profeta que subía desde sus calabozos. Pero la trasgresión requiere de sus límites y la ausencia de ellos genera la desesperación del trasgresor. Se sentía despreciado por los judíos, a cuya raza no pertenecía, y olvidado de los romanos, que ni siquiera lo tomaban en cuenta. Su padre, “El Grande”, al menos era cruel. El miedo funciona como un sustituto del respeto, pero infundirlo es un trabajo que hay que estar dispuesto a emprender. Los que disfrutan de este tipo de poder son, en general, perezosos. Pasar los días entre juegos repetidos y obscenidades triviales, rodeado de un lujo pequeño era su decadente cometido. Estaba algo arruinado por vicios menores y aburrido de una obsecuencia que ni siquiera se esforzaba en el disimulo. Pilato pensó que podría divertirlo aquel hijo de carpintero que se decía rey, o quizás pensó que podría ofenderlo. A sus ojos, la realeza estaba igualmente lejana de uno y de otro. Herodes no hizo ninguna de las dos cosas, solamente optó por seguir su lógica de circo. Lo trató con gran amabilidad y olvidó que tiempo atrás lo había llamado “zorro”. Este tipo de gente se resiste a la ardua tarea que implica el rencor. Le hizo algunas preguntas, movido solamente por una frivolidad esencial y, por supuesto, le pidió que hiciera algún milagro a la altura de su fama. Algo que trajera un aire de novedad, que es siempre el desafío que tiene el que dedica su vida al pasatiempo. Quedó desilusionado y hasta rabioso. Ahora habría que inventar otra manera de pasar la tarde. Su forma de violencia fue la burla. Lo vistió con un magnífico manto y lo mandó de vuelta a Pilato. Ley del vodevil, una broma se contesta con otra.

No hay comentarios: