lunes, 15 de marzo de 2010

PROCESO A JESUS DE NAZARETH (5º PODER)

5. El pueblo

El poder finalmente adopta su forma más compleja. Se hace amorfo. Abandona su rostro para diluirse en todos los rostros. Lo que se constituye como la potestad máxima, paradójicamente, se vuelve inasible. Se puede someter a alguien, incluso por largo tiempo, pero aun así se sabe que esta no es una conquista real. Sólo conquista quien consigue el amor de lo conquistado. El poder que proviene del pueblo debe ser así seducido, con palabras y también con esas promesas de cumplimiento imposible, que se llaman mentiras. También existe un sueño que le agrega complejidad a este primer carácter afectivo de este tipo de poder, que es su pretensión de verdad. Esa creencia difundida de que la voz de las muchedumbres es una voz de una veracidad irrevocable y de una fuerza incontrastable. Se olvida quizás que esa vos antes de ser emitida fue necesariamente condicionada. Es evidente que no surge de la nada, sino luego de que es el resultado de un intrincado proceso denominado cultura. Aquí también radica esa otra utopía que significa la posibilidad de control que permita el manejo de esta energía poderosa. Las ingenierías más sutiles se han puesto al servicio de esta alquimia imposible, encuestas de humores, curvas del deseo, sociologías refinadas pretenden conocer científicamente. Anticiparse es la llave del dominio. Con estas fórmulas, o por el más puro azar, algunos alcanzan la ansiada meta, pero una y otra vez el hombre se ha encontrado, antes o después, huérfano de lo que creía tener seguro entre sus manos. La volatilidad es otra de las características insoslayables de esta forma atomizada del poder. Las adhesiones populares tienen como estilo los cambios abruptos, los encumbramientos meteóricos y los descensos igualmente rápidos a noches de olvidos sin amanecer. A este díscolo juez se le pone la responsabilidad de decidir como instancia definitiva. En este gran mar se lavarán finalmente las conciencias que no quieren sobre sí ninguna responsabilidad. Como tantas otras veces, que sea el pueblo el que decida. Una multitud algo escasa, pero suficiente, es serpenteada por instigadores, que intentan inclinar la balanza de este nuevo magistrado hacia su favor. Son las pequeñas fuentes que susurran rumores con descuido cómplice. Hay una primera compulsa, que disfrazada de clemencia, pone en competencia lo incomparable. Plebiscito insólito que arroja un resultado esperado en favor de aquellos héroes efímeros que suelen concitar la ferviente adhesión de una masa sometida. Barrabás, el zelota, representa el atajo de la impotencia, la seducción de una aventura imposible que ciertamente llevaría a la destrucción de aquellos hombres algunas décadas después de estos sucesos. No fue complicado para aquellos agentes de opinión dirigir la elección, demostrando la efectividad que un movimiento coordinado tiene sobre la masa. Superado este escollo, quedaba decidir el destino del otro contendiente, para el que se pide a gritos el más indigno de los castigos. El pueblo se ha pronunciado, no quedan entonces más instancias. Que traigan la jofaina.

No hay comentarios: