lunes, 8 de marzo de 2010

PROCESO A JESUS DE NAZARETH (4º PODER)


4. Pilatos


La instancia de la desnudez. El poder muestra su rostro duro, desprovisto de los maquillajes que mitigan la dureza de sus rasgos. La Historia sucumbe siempre al elogio de tan perfecta creación del orden y el derecho. Qué Estado, embriagado en algún momento de su vida, no soñó con ser Roma. Lo militar despierta siempre esa sensación de justeza y la precisión es una calma segura. La belleza austera que se esconde en un arma Ya no hay lugar para escenificaciones, ni para discursos, a partir de este momento hace su aparición la violencia con su inequívoca manifestación, la sangre. Es el poder que se ejerce con la fuerza de los látigos. Al silenciarse de las palabras, corresponde simétrica, la sordera de los golpes. Una contundencia que se siente en la carne. Los poderosos ya no dan razones, sencillamente castigan. Violencia pura, simple como la vara que se descarga recta sobre el cuerpo inerme. Este es el ámbito del soldado, donde la broma olvida la sutileza. Así se expresan los imperios, esta es su voz de hierro. No importa entender el fondo de las cosas, importa jamás mostrarse débil, no mostrar fisuras, golpear primero, golpear dos veces, infinitas veces. El análisis es un lujo que no está permitido en esta vida áspera. El orden es la meta suprema y se impone a cualquier costo, ahogándolo todo aún antes que sea un intento. Rápido, hay urgencias que este tipo de ejercicio requiere. La velocidad de respuesta es una virtud apreciada, los problemas se resuelven expeditivamente, eso muestra la fibra del comandante. Hay también un malhumor que es el propio del hombre de acción, que detesta la política. La discusión es una pérdida de tiempo que se suma al temor a ser enredado en sofismas, en disputas de sacerdotes, en los vericuetos de una religión incomprensible. Un hombre acostumbrado a soportar los más duros días de la legión no puede afrontar esas refriegas del espíritu. Qué era todo ese entrevero sobre realezas hipotéticas y reinos de otros mundos. Acaso no estaba claro de qué lado estaba el poder, qué importancia podía tener todo eso y qué ridícula obstinación en matar a ese hombre. Verdad que este, con su silencio, era irritante y ni siquiera se molestaba en solicitar clemencia. El diálogo breve se corta con una pregunta que se pretende filosófica, pero que no es más que la afirmación de un escéptico a la moda. El relativismo es un atajo al que siempre puede acudir la conciencia. Unos buenos azotes harían entrar en razón a todos. Tampoco hay tiempo para las visiones de las mujeres de mal sueño y sus premoniciones. Este es el mundo real, hay que actuar despierto. La flagelación debe ser calculada. No se trata de sadismo, hay que aplicar la cuota necesaria de sangre, la suficiente para calmar la sed y evitar el desborde. Se deben presentar las marcas de esta justicia sumaria: “Ecce homo”. Pero no es suficiente, al contrario, el clamor parece encenderse. No hay caso, se pasará a la fase siguiente. “Ibis ad crucem”.

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