martes, 29 de junio de 2010

Los Tesoros Secretos del Vaticano

   Con un titulo así, una secta secreta perversa, algunos crueles cardenales y monjes maquiavélicos que traman todo tipo de maldades en oscuras cámaras con pasajes secretos, un libro está “condenado al éssito”, como decía Duhalde. Y las librerías también, por lo que reservan grandes mesas con temáticas similares.

   ¿Por qué le fascina a tantos lectores la idea, desde “El Nombre de la Rosa” hasta “El Código Da Vinci” de que la Iglesia tiene valiosos tesoros ocultos?

¡¡ Porque es verdad !!...  ¡¡ Lo que genera la más espantosa envidia !!

Primero una cita y después paso a relatar:

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos. Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado. Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1 Jn 1, 1-3)

  Algo similar podríamos decir quienes vimos desfilar ante nuestras manos, nuestros ojos y nuestros oídos tantos signos de la presencia semioculta a los sentidos pero manifiesta al corazón, del abrazo cálido del Padre, de la compañía cercanísima del Hijo, del paso silencioso y vivificante del Espíritu Santo y de la intercesión amorosa de nuestra Santa Madre.

   ¿Quién de los presentes puede dudarlo? ¿Cómo explicar esos cambios en nuestros rostros y nuestros corazones? ¿De dónde surge, sino, la necesidad de cambios de rumbo en nuestras vidas, el hambre de querer más de esto que hemos vivido, la alegría de contar con medios para lograrlo y la esperanza de efectivamente encontrarlo?

   ¡Es que nosotros realmente encontramos esos tesoros supuestamente tan ocultos! Encontramos la joya de la corona: a Jesús de Nazareth, tesoro incalculable si lo hay, en cada mirada, en cada frase que me tocaba y me enseñaba algo, me corregía o me alentaba.  Nos topamos con el tesoro de la Reconciliación.  Había metales preciosos en cada testimonio, en cada fragmento de su Palabra, en cada  momento emotivo frente a Él en su custodia, temblorosa entre nuestras manos, ante el impacto de estar tan, pero tan cerca. Y Él, tan atento y receptivo a nuestra súplica y a nuestro agradecimiento. Hubo aún más perlas, en cada nombre de la larguísima lista de cientos y cientos que rezaron por nosotros. En cada gesto amable o paciente, cada chiste, cada detalle cuidado, cada cosa rica preparada por las Hermanas, cada muestra de confianza en la intimidad compartida.  Todos tesoros valiosísimos, que compartíamos retirantes y equipo organizador, laicos o curas, de igual a igual.

   Se equivocan aquellos que piensan que estos tesoros, (celosamente custodiados -es cierto- porque no están para tirarlos a los cerdos), los tenemos en la Iglesia para guardarlos en bóvedas secretas. ¡¡ Los tenemos para derrocharlos !! ¡¡ Para “tirar la casa por la ventana” !!, (la Casa de Retiros). Y, si no lo pueden creer…

«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. (Jn. 1, 39)

1 comentario:

Miguel Camacho dijo...

"No los tenemos para los cerdos" o sea para la gente, pero idiotas si los cerdos son ustedes, los de la iglesia católica