martes, 12 de mayo de 2009

TODO SARMIENTO QUE DA FRUTO, LO PODA




V DOMINGO DE PASCUA
Hechos 9, 26-31; Juan 3, 18-24; Juan 15, 1-8

En su enseñanza, Jesús tomaba frecuentemente el punto de partida de las cosas familiares de quienes le escuchaban y que estaban ante la vista de todos. De tal modo que, mientras oían con la fantasía, también ellos podían ver; palabra e imagen se sustentaban una a la otra. La vida de los campos sobre todo, le ofrece imágenes y apuntes. Una vez, nos había hablado sobre la cuestión con el asunto del grano, hoy nos habla con la imagen del sarmiento y de la vid:

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”.

La afirmación más importante, contenida en estas palabras, es que nosotros estamos unidos a Jesús con un vínculo tan profundo y vital como el que une el sarmiento a la vid. El sarmiento es una ramificación, una parte de la vid: entre ambas cosas recorre el mismo humor, savia o linfa. No se podría pensar en una unidad más íntima. En el plano espiritual, esta savia es la vida divina, que se nos ha dado en el bautismo, esto es el Espíritu Santo. Ésta es una unión más estrecha que la que hay entre la madre y el hijo, que lleva aún dentro del seno. Entra la madre y el hijo recorre la misma sangre; la respiración y el alimento de la madre pasan al hijo. Pero, el hijo no muere si se separa de la madre; es más, llegado a un cierto punto, para vivir debe abandonar el seno materno y vivir por cuenta suya; muere si permanece unido a la madre más tiempo del normal. En nuestro caso, pasa al contrario: el sarmiento no trae fruto y muere si se separa de la vid y vive si permanece unido a ella.
Pero, no es de esto de lo que queremos hablar, sino más bien de lo que Jesús dice del destino del sarmiento. Jesús presenta dos casos. El primero, negativo: el sarmiento está seco, no lleva fruto, y, por ello, viene cortado y arrojado fuera; el segundo, positivo: el sarmiento está aún vivo y vegeta y por ello viene a ser podado. Ya este contraste nos expresa que el hecho de podar no es un acto hostil contra el sarmiento. El viñador espera aún más de él, sabe que puede producir frutos, tiene confianza en ello. Lo mismo sucede en el plano espiritual. Cuando Dios interviene con la cruz en nuestra vida, no quiere decir que él esté airado contra nosotros. Precisamente, lo contrario.
En la Biblia, oímos frecuentemente lamentarse al justo con Dios a causa de la “prosperidad de los malvados”, que, “siempre tranquilos, aumentan su riqueza” (cfr. Salmo 73,12) y para los que no parece haber angustia.
Pero vengamos, ahora, a la finalidad por la que el viñador poda el sarmiento y hace “llorar” a la vid, como se acostumbra a decir.
¿Es precisamente necesario?
Sí; y por un motivo muy sencillo: si no viene podada, la fuerza de la vid se dispersa, quizás haga más racimos de lo debido, con la consecuencia de no conseguir llevarlos a todos a la adecuada
maduración y rebajar la graduación del vino. Si permanecen en la vides sin ser podadas durante
largo tiempo, sin más, se vuelven silvestres y producen sólo hojas y uvas silvestres.
Lo mismo sucede en nuestra vida. No sólo en la vida espiritual, sino aún en nuestra vida humana. Vivir es escoger y escoger es renunciar. La persona, que en la vida quiere hacer demasiadas cosas o cultiva una infinidad de intereses, se dispersa; no destacará en nada. Es necesario tener la valentía de hacer elecciones, dejar abatirse algunos intereses secundarios para concentrarse sobre algunos principales. ¡Podar, podar!

Esto en la vida cristiana es todavía más verdadero. La santidad se asemeja a la escultura. Leonardo da Vinci ha definido la escultura como “el arte de quitar”. Todas las demás artes consisten en poner algo: color sobre la tela en la pintura, piedra sobre piedra en la arquitectura, nota sobre nota en la música. Sólo la escultura consiste en quita: quitar los pedazos de mármol, que sobran, para hacer brotar la figura, que se tiene en la mente. De igual forma, la perfección cristiana se obtiene así; quitando, haciendo caer las piezas inútiles, esto es, los deseos, las ambiciones, los proyectos y las tendencias carnales, que nos disipan por todas partes y no nos permiten concluir ninguna.
Un día, paseando por un jardín de Florencia, Miguel Ángel en un ángulo vio un bloque de mármol, que sobresalía desde debajo de la tierra, medio recubierto de hierbas y barro. Se paró de repente, como si hubiese visto a alguien y vuelto hacia sus amigos, que estaban con él, exclamó: “En aquel bloque de mármol hay enterrado un ángel; debo sacarlo”. Y provisto del escoplo comenzó a diseñar aquel bloque hasta que surgió la figura de un hermoso ángel.
También, Dios nos mira y nos ve así: como bloques de piedra aún informes y se dice dentro de sí: “Allí dentro está escondida una criatura nueva y hermosa, que espera venir a la luz; más aún, está escondida la imagen de mi mismo Hijo Jesucristo (en efecto nosotros estamos destinados “a reproducir la imagen de su Hijo” Romanos 8,29); ¡quiero sacarla afuera! ¿Y, entonces, qué hacer? Coge el escoplo, que es la cruz, y comienza a trabajarnos; coge el formón del podador y comienza a podar. Quizás no debamos pensar en qué cruces terribles. Ordinariamente, no añade nada a lo que la vida, de por sí sola, ya nos presenta de sufrimiento, de fatigas, de tribulaciones; sólo permite o hace servir estas cosas para nuestra purificación. Nos ayuda a esculpirlas.
Entre las esculturas que más nos seducen de Miguel Ángel, están los así llamados “esclavos incompletos”. Son figuras diseñadas a mitad, no terminadas, con algunas partes del cuerpo todavía metidas en el mármol. Tal es, sobre todo, la figura, que representa al mítico Atlante, que soporta el mundo. La cabeza ha permanecido siendo un pedrusco tosco. Alguno dice que estas estatuas han permanecido así porque Miguel Ángel no ha tenido tiempo de acabarlas; pero, yo pienso que las ha dejado así adrede. Ninguna obra maestra de Miguel Ángel, aún cuando terminada y vuelta a acabar, tiene la fuerza o el vigor que tienen ciertas de sus obras inacabadas. Éstas nos hacen ver qué precede al producto final, el deseo de la materia para recibir su forma, sino también su impotencia para hacerlo por sí sola. Nos hacen asistir a la creación in fieri.
Todo esto es un símbolo poderoso. Aquellos “esclavos incompletos” somos nosotros en el plano espiritual: seres en “formación”. Es el Espíritu el que lucha por liberarse de la materia. Como la figura de Atlante no puede venir a la luz, si el escultor, desde el exterior, no le ayuda a quitarse de encima todo aquel mármol inútil, así nosotros, si el Padre celestial no nos poda. Sin esta intervención, del mismo modo permanecemos nosotros en estado bruto, como obras “incompletas”. ¿Cómo, por lo tanto, acusar aún de crueldad a Dios, porque permite la cruz y el dolor en nuestra vida?
Cierto, no es fácil para nadie soportar los golpes del escoplo divino. Todos gemimos bajo la cruz; es natural. Algunas podas son particularmente dolorosas y humanamente incomprensibles. Pero, junto con el lamento y la tristeza, no debiera faltar también la esperanza. Todo esto no es hecho sin una finalidad; después de la poda, vendrá la primavera y los frutos madurarán. Después de haber dicho que “A quien ama el Señor, le corrige”, el texto de la Escritura citado antes añade:

“Cierto que ninguna corrección es, a su tiempo, agradable, sino penosa; pero, luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella” (Hebreos 12,11)

Sobre todo, una cosa nos debe valer cuando sentimos en nosotros la mano del podador: Dios al vernos sufrir sufre junto con nosotros. Él poda con mano trémula. Cuando yo era un muchacho, una vez pisando un trozo de cristal me hice una gran herida en el pie. Era durante el tiempo de guerra y mi padre me llevó enseguida al más cercano puesto de socorro militar aliado. Mientras el doctor me extraía el cristal, yo veía a mi padre retorcerse las manos y volverse hacia la pared para no ver. Cuando yo quiero figurarme el estado de ánimo del Padre celestial al vernos sufrir, vuelvo a pensar en él.
Os confío este pensamiento de la compasión de Dios, sobre todo, para quienes en este momento sienten sobre sí la mano del Padre, que poda, a fin de que puedan alcanzar de ello consuelo y esperanza.

Raniero Cantalamessa

1 comentario:

Unknown dijo...

Gratificante de gran ayuda bendiciones