miércoles, 23 de julio de 2008

ENFOQUE SOBRE LA CRISIS EL MEDIODIA

Apuntes de la charla del Monje Benedictino Pedro Alurralde
Colegio Cardenal Newman, 22 de julio de 2008
"Tu vida brillará más que el sol al mediodía" Job,11,17

Es bien cierto aquello que enseñaban los hindúes cuando dividían la vida humana en cuatro etapas. La primera dedicada a aprender. La segunda dedicada a realizarse realizando a nivel personal, familiar, comunitario y social. La edad media dedicada a peregrinar en «búsqueda de sí mismo». La ancianidad dedicada a la renuncia como sabiduría del «no deseo».
Aunque hoy en día los tiempos se entreveran y distorsionan, podríamos representar a la adultez como un mediodía de la vida que va avanzando con ritual lento e irreversible hacia el desafío y la meta de “una segunda conversión”. La crisis se hará presente entonces con sus dos ingredientes: el peligro y la oportunidad.
Es la etapa de la mitad de la vida, la que brinda mayor contenido a quienes desde hace años son esposos y padres, y también a los que han optado por un siempre en la vida sacerdotal o religiosa.
Los logros y gratificaciones alcanzados en ella, tanto en el campo afectivo, profesional y espiritual, como en el ámbito personal, familiar o comunitario, no excluyen la posibilidad de un desmoronamiento -a veces estrepitoso- de ideales e ilusiones sobre nosotros y sobre los otros.
Se hacen más notorias las incoherencias y más manifiestas las cicatrices del corazón. El futuro soñado muchas veces no coincide con el futuro dado.
Se va instalando un «climaterio» espiritual, con un aparente sin sentido de la vida y un planteo más lúcido de la muerte, desencadenado a veces por la partida de los seres más cercanos y queridos de la generación que nos precede.

Esta percepción más realista de la vida, puede sumergimos en un vacío espiritual y en una dolorosa pero salvadora crisis de fe.
Ha llegado la hora de asumir los fracasos, tanto aparentes como reales. Habrá que pasar del: “Conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos, y del: “Acúsate a ti mismo”, de los primeros monjes, al: “Olvídate de ti mismo”. Para finalizar en el evangélico: "¡Acuérdate de los demás!".
Este tiempo difícil, fue interpretado por los antiguos, como el de la crisis del «demonio del mediodía» (Sal 91,6). Era el momento en el que más brillaba y calentaba el sol del mediodía. Los espejismos de las tentaciones se hacían más patentes, y se tornaban más peligrosos para los monjes que vivían en los arenales del desierto.
El reconocimiento de esta crisis expresada en formulaciones diferentes, de acuerdo a circunstancias y caracteres, contribuirá a iluminar el pasado y a condicionar el futuro. Invitándonos a renacer a la esperanza, cuando las ilusiones parecían muertas.
Una de los comportamientos posibles frente a esta situación límite puede ser la huida. «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto» (Sal 55,7-8).
La huida, tanto en la vida matrimonial como en la vida consagrada, puede adoptar dos modalidades diferentes: la huida hacia «adentro» y la huida hacia «afuera».
La primera -más frecuente-, conduce a una esquizofrenia de la persona, que viviendo una doble vida, una foro externo y otra foro interno, «baja las cortinas», y no sin resentimiento y frustración, se aísla y repliega, en una actitud hipercrítica. Pretende beneficiarse del estar y del no estar, sin un compromiso pleno y estable, ni con los de afuera ni con los de adentro.
Hasta cierto punto, se “jubila” con la vida auténtica que debería llevar. Trata de “sobrevivir”, dentro de su familia o de su comunidad, conviviendo ambiguamente, con su o sus escapes, convertidos en mecanismos de compensación y de aparente estabilidad.
La segunda -más conocida-, es la tentación del abandono definitivo de la pareja o de la consagración religiosa o sacerdotal.

Frente a la crisis de la edad media, y al peligro de la huida, se presenta el desafío de un comportamiento más auténtico, que en el creyente se hace más totalizante.
Hay que apostar al Dios defensor de las causas perdidas. Hay que jugar a «cara o cruz», al «ahora o nunca». Manteniendo a toda costa y con todo costo, la paciencia con uno mismo. Aceptándose ya no con conceptos, sino de corazón, con mansedumbre y pobreza.
«Porque así habla el Señor, el Santo de Israel: En la conversión y en la calma está la salvación de ustedes; en la serenidad y la confianza está su fuerza» (Is 30,15).
Dentro del contexto de esta apuesta, hay que apoyarse y creer ciegamente en un garante para quien nada es imposible, y que superando nuestras impotencias, se maneja por los parámetros del amor.
«Si nuestro corazón nos acusa de algo. Dios es más grande que nuestro corazón, y lo sabe todo» (1 Jn 3,20). «Hemos llegado a saber y a creer que Dios nos ama, Dios es amor» (1 Jn 4,16). «Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros» (1 Jn 3,16).
En el discernimiento de esta crisis meridiana, juega un rol de primordial importancia, lo que los antiguos monjes llamaban la «apertura del corazón», que suponía recurrir a la ayuda y el acompañamiento de algún interlocutor válido, con suficiente experiencia de vida, madurez espiritual, y capaz de guardar discreción en lo confiado.
Dice san Benito en su Regla para monjes, que hay que saber recurrir a los que saben curar sus propias heridas y las ajenas, sin descubrirlas ni publicarlas.
El reconocer con humildad la situación padecida de crisis, actualiza aquello que nos enseñaban en medicina, de que no hay peor enfermo, que el que niega estarlo. Y que el que acepta con realismo su enfermedad, ya tiene un cincuenta por ciento ganado.
Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora no bastaría, sino no nos invitase a radicalizar desde la fe, una vocación a la solidaridad.
«El que no se preocupa de los suyos, y sobre todo de los de su propia familia, ha negado la fe y es peor que los que no creen» (1 Tm 5,8).
Esto va a dar sentido en última instancia a un vivir y a un morir, sobre todo en esta encrucijada, en que nos parece que lo que vemos en la vereda de enfrente de nuestra vida, es más atrayente de lo que vemos desde nuestra vereda y hacia nuestro lado.
El llamado a servir a los demás, expresado como un imperativo categórico, contribuirá a hacemos superar el círculo vicioso de nuestros egoísmos, desplazando nuestro yo narcisista, hacia el tú altruista del otro.
«Haz Señor que en mi soledad, pueda servir a las soledades de mis hermanos» (Miguel de Unamuno).
Atravesando tiempos y distancias, llegamos al final de una larga etapa, rengueando pero bendecidos (Gn 32,24-31) Y con una fe madurada. Acrisolada por las pruebas y el sufrimiento, y con una renovada opción por el amor, que nos convertirá en protagonistas y genuinos concelebrantes de la liturgia del mediodía de la vida.
«Si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía» (Is 58,10).

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente enfoque sobre la mitad de la vida. Sigue la línea de Grum, pero con una perspectiva diferente, tal vez más práctica.

Anónimo dijo...

Me gustó particularmente el final de esta reflexión. La Esperanza. Ver la crisis y animarse a hacerle frente es un primer paso. Pero nada bueno puede salir de ella, si nuestra mirada no se hace con esperanza. Pienso en muchos matrimonios que están atravesando por diversas crisis. Amigos, conocidos, mi propio matrimonio... Y me gustaría que todos, en medio de las diversas crisis, tuviéramos la lucidez para darnos una segunda oportunidad. Y nos animáramos a redescubrir las cosas que realmente valen la pena.-

Anónimo dijo...

Muy interesante enfoque. Arenga a ser VALIENTES, a tener ESPERANZA y a VIVIR PLENAMENTE cada etapa de la vida. Me gustó mucho que mencione en el mismo párrafo inmediatamente después de CRISIS el "olvidarse de uno mismo" y "acordarse de los demás".....el EGO nos destruye, miremos al OTRO y pongámosnos en su lugar porque por ahí viene la respuesta.

Anónimo dijo...

Cuando lei el de Edificado sobre roca me dejo un sabor amargo por que no me terminaba de cerrar. Cuando lei este me senti mucho mas a gusto.Obviamente San Gregorio lo escribio en al año 300 y con otra cosmovision (no lo juzgo para nada y no por que sea San, escribia con lo que tenia). Creo que mejor es lo de que se doble pero que no se quiebre. La roca imperturbable me parece mas de angel que de hombre y casi podria aplicarlo a una etapa mas juvenil e idealista.
El enfoque de la crisis me parecio mucho mas actual. El darse cuenta o tomar conciencia es el paso mas dificil e importante (para mi), el de actuar ya pasa por una decision vital y en mi caso al menos cuando uno encuentra un sentido puede sacar fuerzas del fondo del alma(Aguante V Frankl!!!)