jueves, 24 de julio de 2008

TRIGO Y CIZAÑA

Un primer nudo dramático de esta parábola, está muy bien expresado en la amargura de los labriegos al caer en la cuenta una mañana de que su hermoso trigal está contaminado de cizaña. Como en Emaús, resuena en ellos la desilusión amarga del “nosotros esperábamos… otra cosa”. ¿No era que habías sembrado una semilla linda? ¿Cómo es que ahora está todo lleno de cizaña?”

El reproche resuena a lo largo y en lo profundo de toda la historia de la Iglesia, en cada una de las obras que emprendemos por el Señor… La belleza deslumbrante que nos llevó a seguirlo, la claridad de los proyectos a los que el Señor nos convocó, lo simple de sus invitaciones al amor, a la paz, a la alegría, al perdón misericordioso, a la dulzura y a la mansa paciencia, a la humildad de corazón… ¿cómo puede ser que embarcados en un Reino con estas leyes tan claras y teniendo la ayuda de la Eucaristía, de la Palabra, de la Reconciliación… y el ejemplo lindo de los santos… cómo puede ser que de pronto nos veamos enredados en discusiones agrias, en actitudes dobles, en peleas egoístas?

Aparece entonces el segundo nudo dramático: en el diálogo entre los servidores y el Patrón Jesús destaca la “actitud esplendida” del Dueño de la casa.

El Padre de familia juzga con lucidez: ‘Un enemigo hizo esto’.

Y luego decide con coraje: ‘No la corten, porque al arrancar la cizaña corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero’.

En la parábola la cizaña ha crecido abundante –no son dos o tres yuyos sueltos- y eso significa que sus raíces están entremezcladas con las del trigo. Por eso no se puede arrancar. Hay que esperar a la cosecha y cosechar “distinto”. Mientras tanto habrá que aguantar el espectáculo desagradable de ver el lindo trigal manchado y contaminado. Tendrán que convivir con esta fealdad hasta el día de la cosecha. Es importante destacar también este aspecto estético del mal: su fealdad. No se trata en esta parábola de las agresiones que sufrieron los mensajeros del rey que invitó a las bodas de su hijo ni del asesinato del mismo hijo que perpetraron los viñadores homicidas. Aquí, la cizaña no tiene otro efecto que el de arruinar el gozo de un trigal puro y, en todo caso, el disgusto que da ver cómo una planta parásita se aprovecha de la tierra linda y de sus sales y jugos sin dar fruto. Pero al trigo mismo no le hace nada. Dará más trabajo la cosecha, eso sí. Pero la semilla linda dará lindos frutos y la tierra linda es generosa y no se agota por alimentar cizaña.

¿A qué se parece, entonces, el Reino de los cielos?

Se parece a esa actitud esplendida del Dueño del campo, que sostiene –con memoria agradecida y esperanza inquebrantable, la lucidez de ver el proceso completo que va de la semilla linda a la cosecha abundante.

Actitud de grandeza que se traduce en paciencia. Esa paciencia de sembrador y de cosechador, paciencia y buen ánimo que sobrelleva la humillación de tener que ver todos los días su hermoso trigal contaminado de cizaña (y tener que escuchar que le digan ¿pero qué sembraste? ¿qué semilla te vendieron?).

Actitud humilde y mansa que se traduce en ese no desobordarse, en esa templanza de no salir a arrancar la cizaña antes de tiempo, de no permitir que se le metan en el campo a diezmar las plantitas, a pisotear brotes tiernos, a embarrar la cancha y patear el tablero como decimos nosotros.

El padre de familias que le tiene fe a su semilla linda es nuestro Padre del Cielo: él mira la historia entera y lleva adelante su plan de salvación. Confía en esa Semilla linda que es Jesús, su Hijo amado, que no le hizo asco a quedar mezclado con la cizaña de este mundo, que se siembra una y otra vez en nuestros corazones pecadores, de manera tal que los va transformando en tierra linda con el humus de su sangre misericordiosa, y los va revitalizando con el Agua viva de su Espíritu.

Creo que una enseñanza sencilla de estas parábolas apunta a que tengamos un corazón de sembradores y de cosechadores –un corazón que apueste al tiempo y no a las coyunturas en las que la tentación es cortar cizaña-Diego Fares

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