martes, 23 de febrero de 2010

(Cuaresma 2010) Breve reflexión para los amigos (Flia Cano)



Hace ya unos días hemos iniciado un nuevo tiempo litúrgico, el de Cuaresma. A partir del miércoles de ceniza la Iglesia nos invitó a transitar por un nuevo camino penitencial a través de la “oración, la caridad y el ayuno”. El sentido de estas tres acciones es mucho más profundo de lo que parecen expresar a primera vista. En el tiempo cuaresmal se nos insiste sobre tres vínculos fundamentales que hacen a nuestra existencia con la finalidad de restaurarlos, o, al menos, intentarlo.

En primer lugar, nuestro vínculo con el Padre del cielo que construiremos a través de la oración. En segundo término, el vínculo hacia nosotros mismos que consolidaremos a través del ayuno y la abstinencia. Y, por último, nuestro vínculo hacia el prójimo que fortaleceremos a través de la caridad. Es por ello que estas tres acciones cobran una dimensión profunda si las analizamos con esta mirada más trascendente.

Así entonces, el ayuno o la abstinencia ya no significará privarse de carne o comer menos. La caridad, por otra parte, ya no consistirá en un mero gesto simbólico que ponemos en práctica cada vez que entregamos algunas moneditas que nos sobran a quien implora nuestra ayuda. Por el contrario, la acción consistirá en privarnos de algo cuyo peso se medirá por el costo y el sacrificio que ello particularmente le representará a cada uno y con la única finalidad de que esa privación nos recuerde la necesidad de levantar los ojos al cielo. En lo que hace a la caridad, la acción encontrará en el prójimo un campo ilimitado para desplegarse. La limosna es solo una cara de ella. Sin duda, existirán muchas, muchísimas actitudes personales que seguramente podríamos cambiar en nuestras relaciones con los demás y que requerirán de nuestra generosidad, de nuestra humildad y, principalmente, de nuestro deseo de sacudir el egoísmo que tantas veces nos hace ver torcido. Se trata de estar siempre dispuestos a dar; sin límites, sin medidas, sin condicionamientos: dar sin esperar nada a cambio, ni siquiera un “gracias”. -

La Semana Santa, desde otra perspectiva mas superficial, nos inundará de paquetes turísticos de toda clase y, por cierto, muy tentadores. Para muchos, será nada más que eso. Obviando lo que la sociedad nos ofrece en este sentido, esta santísima semana nos invitará entonces a reencontrarnos con nuestro Padre del cielo, con nuestro prójimo y con nosotros mismos. ¿Cómo?, ¿de que manera? Recorriendo y acompañando a Jesús en su camino de la muerte hacia la vida, con todo el peso que ello significa. No se tratará simplemente de rememorar un hecho histórico. Intentaremos insertar nuestra realidad personal, que por cierto, suele ser cada año diferente, en esta historia tan profunda en la que la CRUZ cobra su verdadero y eterno significado: la VIDA, ni más ni menos. Esa vida que nos permitirá trascender y ver más allá de nuestro final, cierto e ineludible.

Vale la pena intentarlo. Desviar la mirada hacia nuestro interior para que, con la ayuda de la oración y abrazados con Cristo en la Cruz, descubramos en nuestro interior si hay cosas que necesitan restaurarse. Seguro que las hay. No nos durmamos, como los discípulos en el huerto, vencidos por el cansancio y el peso de esa realidad personal que arrastraban.

Preparémonos con conciencia en esta nueva cuaresma. Aún estamos a tiempo. Sin ir más lejos, la preocupación que nos genera la situación que se está viviendo en nuestro país puede transformarse en motivo de reflexión y oración y multiplicar con ello nuestro profundo deseo de que alguna vez la Argentina de finalmente buenos frutos y puedan nutrirse de ellos nuestros hijos.

Dios quiera que en la Vigilia Pascual o en el Domingo de Resurrección podamos experimentar todos la ALEGRIA y la PAZ, sensaciones que solo pueden gestarse bien adentro, en el corazón. Esa alegría y esa paz que se gestará al reencontrarnos con nosotros mismos después de haber estado extraviados, como el hijo pródigo; de reecontrarnos con nuestro prójimo, perdonando, escuchando, tendiéndole una mano; y, por último, el reencuentro con Dios, nuestro Padre, a través de la Cruz en la que su hijo fue levantado en alto para quedar y permanecer siempre VIVO de generación en generación.
Si así lo logramos, no dudo que tendremos unas muy pero muy FELICES PASCUAS cuyo efecto seguramente permanecerá en cada uno de nosotros y de nuestras familias por un largo tiempo. Quizá también en nuestro país, porque no. Praparémosnos para ello. No perdamos la oportunidad.

Flia. Cano

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