lunes, 22 de febrero de 2010

PROCESO A JESUS DE NAZARETH (2º PODER)


2. Sanedrín


De los silencios de donde proviene la sordidez del poder sombrío, pasamos al bullicio de lo explícito. El poder necesita ahora mostrarse y hacer la parodia de lo participado.
Es la hora de los órganos colegiados, que suelen ahogar con sus discursos encendidos alguna verdad inconfesable.
El Sanedrín había sido en origen la asamblea de las tribus de Israel. Pero lejos había quedado aquella edad pretérita en la cual los 70 ancianos impartían justicia junto a Moisés.
Con los años se fueron incorporando miembros de la nobleza y de castas sacerdotales, y la pureza original fue sufriendo la infiltración de intereses. No mucho tiempo atrás, Herodes el Grande había hecho asesinar a gran cantidad de sus miembros poco dóciles a sus caprichos, para reemplazarlos por voluntades más afines.
Su deterioro como cuerpo era visible, y por eso mismo los romanos lo dejaban subsistir.
Son ese tipo de instituciones que se mantienen en los países dominados, para crear una vaga sensación de autogobierno. No se le permitía condenar a muerte, pero sí intrincarse en discusiones por cuestiones religiosas y civiles.
Era uno de tantos parlamentos que mantienen las formas para asegurar su permanencia.
Llega el momento de los grandes gestos, de la teatralidad, los tonos altisonantes, las barbas agitadas, los ojos al cielo y, en fin, las vestiduras rasgadas.
Aparecen los testigos falsos, que se atropellan con las palabras y ayudan sin quererlo al acusado. Todo está decidido de antemano pero hay una paz pequeña que proviene de los procedimientos respetados con puntilloso celo.
Seguramente había entre ellos quienes disentían, sin embargo las responsabilidades multiplicadas tranquilizan. El sueño tranquilo de las minorías, que descansan cómodas en su impotencia.
Hay un exceso de palabras que ya nadie en realidad escucha.
Aquí están representados los gigantescos organismos inútiles, las mesas de discusión aparente, las cámaras de la nada, las comisiones de la pereza y todos los que, amparados en lo múltiple, alumbran la mentira.
De qué sirven los testimonios fraguados y llenos de vacilaciones. La paciencia de Caifás, al fin y al cabo el Sumo Sacerdote, tiene límites. Cansado de tanta parodia se pregunta por la validez de toda esa comedia.
Una pregunta todo lo define, los tiempos del debate llegan a su fin. Caen entonces las máscaras y aparecen los hombres y su sed de golpes. El escupitajo del fariseo es la cifra de este desprecio manifiesto, que encubre algo del temor pasado. La burla del manto rojo y los pedidos de profecía son hijas del mismo miedo superado que al sentirse ridículo se transforma en violencia. El próximo paso incluye necesariamente pasar por el atrio romano, para hacer efectiva la condena.

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