sábado, 21 de junio de 2008

Jesús se iguala a mí...


El Evangelio del Domingo pasado (Mt 10-26-33) es el del Sermón de la Misión.
Jesús nos habla del “hacer apostólico”, del hacer de la misión.
Y particularmente nos explica, con qué ánimo se vive la misión. “No les tengan miedo a los hombres”, dice el Señor.
Ese es el ánimo que nos comparte como gracia.
Recordemos que en Mateo los imperativos antes que ser algo que se nos manda como obligación moral son algo que se nos regala como gracia.
Jesús nos da la clave de por qué no tenemos que tener miedo a nada ni a nadie. Nos revela lo valiosos que somos. Cuánto valemos a los ojos de nuestro Padre del Cielo, que nos ha regalado a su Hijo...
El Padre es el Dios de Jesús, para quien “todas las cosas son posibles”.
Nada nos sucede sin que él esté. Nada de lo que nos ha sucedido ni de lo que nos sucederá está fuera de sus manos. Nuestro pasado más doloroso y nuestro futuro más temido están en sus manos buenas de Padre.

...Me llamó la atención la última frase de Jesús: “Todo aquel que se declare por mí delante de los hombres… Yo me declararé por él ante mi Padre que está en el cielo”.
En griego la palabra es “homologar” y es un giro idiomático que significa “hacer profesión de fe públicamente en alguien”. Jugarse por alguien, diríamos nosotros. Pero tiene un matiz más lindo todavía. En castellano se lo usa para “equiparar, poner en relación de igualdad dos cosas”. Y me encantó esto para iluminar nuestra relación con Jesús.
Nos está diciendo: el que se me iguale –en gestos y actitudes- delante de la gente, yo me igualaré a él delante de mi Padre. Es una promesa inaudita.
A veces escuchamos sólo la primera parte, que suena así: es un deber hacer las cosas que Jesús manda y hacerlas al estilo de Jesús. Ayudar a los pobres, por ejemplo, y hacerlo con dulzura y paciencia.
Formulamos mejor la cosa cuando decimos que es una gracia y un privilegio poder cumplir un mandamiento del Señor que nos equipara a él.
Es un don del Espíritu “tener los sentimientos de Cristo Jesús, que siendo Dios se hizo hombre por amor”.
Jesús está diciendo que él “se equiparará a mí ante el Padre”. Saquémosle el jugo a esta promesa. Escuchemos bien. ¿Qué quiere decir que se homologará a mí ante el Padre?
Está diciendo que me justificará, pero no como quien dice: “Bueno, tené en cuenta su carácter…, las cosas que le tocó vivir… , hizo lo que pudo, perdonémoslo y listo”.
No estaría mal, ni sería poca cosa esta justificación, pero no es el estilo de Jesús. Para algo así no se hubiera “hecho hombre” (porque la promesa de equipararse no es solo futura, sino promesa cumplida, que ya se hizo realidad en la Encarnación).
Nada de eso. Jesús está diciendo que se pondrá en mi lugar y le dirá al Padre: Yo lo hubiera hecho igual que él. ¡Esto es inaudito!
Estamos hablando del “hacer de la misión” y de que Jesús le dirá al padre. “Yo en su situación lo hubiera hecho igual que él”.
Aquí se arman dos líos. Uno personal. Yo puedo objetar y decirle: “Señor, es verdad que en las cosas que hago en nombre tuyo trato de hacerlas como vos. Pero generalmente salen más o menos (y en general más menos que más). Muestro rápido la hilacha. Cuando doy, comienzo con generosidad evangélica y después de un cierto tiempo, termino calculando o midiendo la relación “costo beneficio”. A veces sin pedir mucho y otras peor que un banquero.
(Aquí cada uno puede extenderse un rato y dejar que le pese un poco este desfasaje entre lo lindo que es tener un gesto “a lo Jesús” y cómo luego cuesta sostenerlo…).
El otro lío es comunitario. ¿Cómo hará para decir “yo lo hubiera hecho igual… que ellos” si entre nosotros nos peleamos precisamente por esto, por decir que lo que hace el otro “no es al estilo de Jesús”. Esta es como la “marca” de nuestra individualidad: “Estuvo bien –decimos- pero yo lo hubiera hecho distinto”. “Un poquitín distinto” –decimos-, con respecto al “hacer” de los amigos. “Para nada igual” –decimos- con respecto al “hacer” de aquellos con los que tenemos diferencias...

Precisamente aquí es donde el Señor quiere meterse. Justito ahí donde, por querer seguirlo e imitarlo, mostramos la hilacha, él quiere mostrar la suya.
Y si nuestra hilacha es de miserias humanas, la suya es de misericordias divinas. Si la nuestra a veces “da pena”, la suya es “esplendida”.

“Lo que ustedes aten, yo lo ato… Lo que desaten en la tierra, yo lo desato en el cielo”. ¿No se lee distinto esto a la luz de ese “igualarse” del que habla Jesús?
Estamos en el hacer de la misión. Un hacer que, antes que nada es el trabajo de perdonar. Lo que ustedes se perdonen yo lo perdono. Lo que ustedes no se quieran perdonar mutuamente, yo no lo perdono. Si ustedes se perdonan “igualándose a mí”, yo los perdonaré “igualándome a ustedes”.

“Cuando diste de comer o abrigaste con una frazada a uno de estos pequeños a mí me alimentaste y a mí me abrigaste”. Yo me igualo al que ayudaste (y eso te hace cobrar conciencia de la dignidad del otro como persona sin dejarte llevar por las apariencias de su miseria externa o moral) y también me igualo a vos que das con tus límites.
“Yo lo hubiera hecho igual” significa que el Señor mira el amor entero, en la integridad íntima de la que brota como acto de amor, y que llega al otro entero, más allá de las deficiencias accidentales. (Reflexión de Diego Fares sj)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La riqueza de la palabra de Dios es inmensa. Y esta reflexión me descubre un panorama enorme. Tan enorme que a primera vista, asusta... Que Jesús se quiera igualar a nosotros? Que se quiera igualar a mí?, es algo que me hace correr frío por la espalda... Pero él mismo nos dice: “No teman...” Y no debemos temer, porque de verdad El nos da todas las armas. Ocurre que muchas veces no las sabemos usar... o no las consideramos en su real dimensión... Me gustó especialmente este nuevo enfoque. Interpretar los mandamientos no tanto como un deber, sino como un privilegio, una gracia que nos permite igualarnos a El.
Conversaba el otro día con mi hijo mayor... Vivir de acuerdo al Evangelio en estos días, puede resultarnos una carga pesada, si no sabemos descubrir el valor de lo que transportamos. Si no sabemos gozar de la Gracia acá y ahora, puede que nos estemos perdiendo la verdadera Fiesta con mayúsculas. Y encima podemos andar tristes, envidiando a los que creen estar en la fiesta con minúsculas.-

Anónimo dijo...

La palabra de Dios en el Evangelio me ayuda a encontrar el CENTRO que es Dios(desde mi deformativo EGOCENTRO).
El Libro de la Sabiduría en su capítulo 1° nos dice "Amen la justicia y busquen al Señor con SENCILLEZ DE CORAZON".
A veces nuestra mirada(y factura) sobre el otro es todo lo humana que uno es.
"Jesús se iguala a mí" me hizo preguntarme....quién es el prójimo?
Cómo actúo cuando hiero o me hieren?
Me ha ayudado mucho:1.-Ponerme en el lugar del otro porque es el inicio del perdón y del ardüo camino misericordioso.
2.-Silencio y Oración, porque uno se adentra en su ser íntimo y con Dios, encuentra la transparencia necesaria para limpiar las heridas.
El "No teman" siempre precede a un "Alegrense" en los momentos más lindos de la vida de Jesús y la virgen María. HAY TODO UN CAMINO POR RECORRER pero salir de uno mismo es la primer roca para construir los simientos de algo perdurable como dice el evangelio de hoy.