martes, 10 de junio de 2008

A las casas de la Misericordia (Reflexión sobre el domingo que pasó...)

… A las casas de la misericordia

Jesús vio a un hombre llamado Mateo,
Que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo:
- “Sígueme!”
El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa
Acudieron muchos publicanos y pecadores,
Y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto los fariseos dijeron a los discípulos:
-“¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”
Jesús, que los había oído, respondió:
- “No son los sanos y fuertes los que tienen necesidad del médico
sino los tienen alguna enfermedad.
Vayan y aprendan qué significa:
‘Yo quiero misericordia y no sacrificios’
Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt 9, 9-13).

Contemplación
Recién llegado de Córdoba, donde compartimos con el Padre Rossi y 28 sacerdotes de todo el país un curso de acompañamiento espiritual. La contemplación la vine haciendo por el camino, así que lo escrito va a salir medio a las apuradas, aunque cargadito de gracias, espero.

Al contemplar este evangelio –el sígueme a Mateo- que fue el de mi vocación (como si fuera hoy recuerdo el día de primavera del 75 en que, estando sentado en el escritorio del living de casa, leyendo la Metafísica de Aristóteles, alcé la vista hacia la ventana (hacía un día hermoso) y apartando suavemente el cuaderno donde anotaba los apuntes, me levanté, agarré la bici y me fui a pedirle plata a mi padre a su estudio para viajar en tren al Noviciado de San Miguel…), al contemplar, decía, a Mateo levantándose de la mesita, vuelvo a sentir esa libertad tan clara de dejar lo que tengo entre manos y salir sin saber bien adonde, pero teniendo la certeza de saber bien a Quién.

Aristóteles lo volví a retomar después por misión de la Compañía, pero sea la mesita de Mateo, las redes de Simón y compañía, los maridos de la Samaritana o las filosofías de Nicodemo, cuando Jesús nos mira y dice –con su voz de Buen Pastor, esa que hace sentir su compañía y que uno reconoce perfectamente aunque no se pueda explicar cómo- , al escuchar, digo, que dice “seguime”, todo lo demás se puede hacer a un lado, se puede dejar “como la letra comenzada” como quiere Ignacio que dejemos todo cuando la misión nos llama.

Esto de la voz del Señor fue una de las gracias del curso. Aparecida eligió para los sacerdotes el título de Jesús Buen Pastor y comentábamos que el Señor nos acompaña con su Voz, nos pastorea de Palabra, y quiere que acompañemos también a sus ovejas –las apacentemos- con nuestra voz y su Palabra, como un pastorcito apacienta y tranquiliza a su rebaño y lo llama a seguirlo, con su voz.

La otra gracia que siempre me trae este evangelio viene de preguntarme “¿que lo siga adónde?”. Cuando el Señor llama a Mateo y le dice seguime, él lo siguió y Jesús fue a su casa. Siempre me ha impresionado esto: fue a su casa.
Al rezar hoy preguntando de nuevo “¿que lo siga adonde?”, sentía que la casa de Mateo y sus amigos publicanos y pecadores era una casa de misericordia. Que lo siga a las casas de misericordia, esa es la invitación imperativa de Jesús hoy. La casa de Mateo es casa de misericordia porque se llenó de publicanos y pecadores y porque Jesús dijo que él quería misericordia y que venía para los pecadores y para los que tienen alguna enfermedad.

Como anoche visitamos con Rossi las casas de Manos Abiertas en Córdoba –la Casa de la Bondad, el Hogar de Niños y la Hospedería Padre Hurtado-, esto me pegó muy fuerte. “Seguime a las casas de la misericordia”, “seguime que voy adonde los hombres se acompañan y se ayudan...”, esto fue lo que me quedó resonando en el corazón.

Comentábamos esta mañana, tomando unos mates, el clima lindo de cada hogar. Le decía a Rossi que me habían hecho sentir en casa. En la Casa de la Bondad, una de las pacientitas (como dice la Hna Cristina), tuvo con Rossi uno de esos diálogos en los que uno ve que las personas son confidentes porque en cuatro frases los dos se ponen al tanto de todo lo del otro: de la familia, de la salud y de sus cosas… Y en el ida y vuelta ella le preguntó a él cómo andaba su salud. Y en dos gestos y una mirada los dos acordaron que bien, que “vamos tirando bien”. En la Casa de la Bondad toda salud está acompañada.
Casa de misericordia. Allí Jesús llama a seguirlo. Veíamos la foto del equipo de lavandería (sólo ese y eran más de veinte) que se juntó en casa de una voluntaria que estaba enfermita. Más de veinte que escuchan el sígueme y van a la Casa de la Bondad y llevan la Casa de la Bondad a sus casas.

Seguimos después para el Hogar de los Niños. Se habían ido en adopción varios hermanitos y habían llegado varios bebés de poquitos meses. La dueña de casa era una de las nenas hace poco adoptada que estaba de visita y ella cargaba la mamadera con agua para llevarle a una voluntaria que atendía a otro angelito. La dueña pequeñita del Hogar de los Niños. Tan dueña como la otra desde su cama de la Casa de la Bondad.

Seguimos por último para la Hospedería donde nos quedamos a cenar una rica sopa, carne con puré y naranja dulce, de las de ombligo. Allí, como siempre, competimos. Porque los de la Hospedería siempre dicen que su ejemplo es el Hogar de San José y yo siempre me fijo en qué puedo seguir los ejemplos de la Hospedería Padre Hurtado… Es esa competencia evangélica tan linda en la que, estando en lo mismo, uno siente que el otro lo hace mejor y desea aprender.
La Hospedería estaba linda, cálida. El “gracias por acompañarnos esta noche” de uno de los jóvenes hospedados fue el que me hizo caer la ficha de los “dueños de casa” en estas casas de misericordia adonde Jesús nos atrae. Ellos son el Jesús que nos dice “vení”. Lo dice diciendo “gracias por venir”. Nos atraen porque son Casas donde el enfermo pregunta por la salud al sano, donde los niños adoptan a los papás que los adoptaron y los hospedados hacen de anfitriones… y todo sin que se note mucho.
En medio de nuestra patria, donde no logramos resolver con sentido de bien común la discusión acerca de cómo dividir la riqueza, hay –quizás-, para el que sepa escuchar, una solución que nos da la gente que sí sabe muy bien –y lo practica- cómo dividir las tareas para cargar juntos con los dolores y las pobrezas. También es patria nuestra el territorio de estas casas donde no hay ninguna riqueza para retener y hay de todo para dar y compartir.
Curiosamente, esas casas, donde parecería que nadie querría ir (y quizás por eso a nadie se le ocurre impedir que otros vayan… y está libre el acceso), están llenitas de gente buena, que comparte su vida (con dolores fuertes y alegrías más fuertes todavía), gente a la que se la ve rebosante de misericordia.
Diego Fares sj

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