martes, 10 de junio de 2008

El último testimonio


Pensaba en esta paradoja: Nunca antes habíamos tenido al alcance de nuestras manos tantas y tantas herramientas para comunicarnos. Y sin embargo, la sociedad de nuestro tiempo padece un notorio síndrome de incomunicación.-
La imagen de Juan Pablo II queriendo hablar desde el balcón sin conseguirlo quedará grabada en mi memoria para siempre.-
Justamente alguien que tenía tanto para decir... se encontraba impedido de hacerlo.-
¿Se encontraba impedido de hacerlo?.
Millones de personas vieron y escucharon el silencio. Fue el gesto más cargado de contenido del que se tenga memoria en todo este siglo.-
Jamás se vio una impotencia que dijera tanto. Una incapacidad que fuera capaz de transmitir más que mil palabras.-
Luego nos enteramos de que El Papa, había estado practicando por horas, la mecánica de la bendición para poder impartirla al pueblo expectante.
Un movimiento sencillo que a él le resultaba casi imposible de realizar.
Alguien que no tenía voz y se esforzaba por hablar. Alguien que no tenía movilidad y necesitaba bendecir a los demás.
Me surge la figura del mismo Cristo en su calvario. El Todopoderoso convertido en un hombre sufriente, lastimado, desfalleciente que nos mira callado desde la cruz .
Quien se pone delante de la cruz en actitud de oración sabe todo lo que interpela la sola mirada del crucificado.
Sin decir palabra el Señor nos habla, y si sabemos escuchar, nuestra vida queda como traspasada por una luz que se mete en todos los rincones del alma.
Juan Pablo II con todo el poder que puede desprenderse de ser la cabeza visible de la Iglesia en la tierra, era al mismo tiempo una persona indefensa.
Indefensa en el sentido de no oponer resistencia a la Gracia de Dios. O dicho de otra manera, el sentido de toda su vida fue ser su instrumento, bajo las condiciones que fueran.
Cuando estuvo fuerte físicamente, como peregrino incansable recorriendo y llevando esa luz a casi todos los rincones del planeta. Y cuando estuvo débil, entregándose todo, presentándose sin esconder nada, como un signo de contradicción para nuestro tiempo. Porque su debilidad física apreciada por el mundo entero fue a su vez el signo visible de una extraordinaria fortaleza que solo puede provenir de Dios. Y el último testimonio que Juan Pablo II nos brindó, fue el testimonio mudo de su propia santidad.-

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por esta reflexión tan linda, sentida y realista.
Ahora, nos bancaremos nosotros ser los que "no puedan", los "impotentes"? Quizá mirarlo a él sea emocionante... pero ponerse en su lugar?
Quizá sea bueno mirarlo a él -y entonces sí, absorber esta reflexión- para poder responder como él.
Les mando un abrazo, JMG